CATEDRA DE TEORÍA PSICOANALÍTICA

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PSICOPATOLOGIA DE LA VIDA COTIDIANA

Segmund Freud

CLXXXVIII LA SUTILEZA DE UN ACTO FALLIDO (*)

1935

HALLÁBAME preparando un obsequio de cumpleaños para una amiga mía, una

pequeña gema grabada que debía ser engarzada en un anillo. Estaba adherida al centro de

una cartulina sobre la cual escribí las siguientes palabras: «Vale para el joyero L., por un

anillo de oro a confeccionar… para la piedra adjunta, que lleva grabado un barco con velas

y remos.» Donde en esta leyenda aparecen los puntos suspensivos, o sea, entre las palabras

«confeccionar» y «para», había una palabra que me vi obligado a tachar por ser totalmente

ajena al contexto. Era la pequeña palabra bis [«hasta» en alemán]. ¿Qué pudo haberme

inducido a escribirla? Al releer esta breve inscripción advierto que contiene dos veces la

palabra für [«para»] en rápida sucesión: «Vale para el joyero... para la piedra adjunta». Eso

no quedaba bien y debía ser corregido. Luego se me ocurrió que al insertar el bis en lugar

del für trataba de evitar esa torpeza estilística. Sin duda era así, pero en dicho intento

aplicaba medios particularmente inadecuados a tal fin. La preposición bis no guardaba la

menor relación con este contexto y no podía sustituir el inevitable für. ¿Por qué entonces

elegí precisamente ese bis? Posiblemente, empero, la palabrita bis no fuese en modo alguno

la conocida preposición limitativa de tiempo, sino algo totalmente distinto: es también, en

efecto, la palabra latina bis («por segunda vez»), que con este mismo significado se

conserva aún en francés. Ne bis in idem («No efectuar dos veces el mismo procedimiento»]

es una máxima del Derecho romano, y ¡bis, bis! exclaman los franceses cuando desean que

se repita una representación. He aquí, pues, la explicación de mi absurdo error de escritura.

Antes del segundo für percibí la advertencia de no repetir la misma palabra, o sea, de poner

alguna otra en su lugar. La casual identidad fonética entre la palabra foránea bis y la

preposición alemana, que incluye la crítica de la fraseología original, me permitió entonces

insertar el bis en lugar del für, como si se tratara de un error de escritura. Pero esta

equivocación no logró su propósito al ser efectuada, sino sólo una vez que fue corregida.

Tuve que volver a tachar el bis, y al hacerlo eliminé en cierto modo por mí mismo la

repetición que me molestaba. He aquí, sin duda, una variante del mecanismo de un acto

fallido que no deja de tener interés.

Me sentía muy satisfecho con esta solución, pero en los autoanálisis es

particularmente grande el peligro de detenerse en algo incompleto. La conformidad con una

explicación parcial es harto tentadora, pues la resistencia fácilmente puede retener tras

aquélla algo que quizá sea mucho más importante. Así, cuando le narré este pequeño

análisis a mi hija, ella encontró al punto su continuación: «Pero si tú ya le regalaste antes a

esa persona una gema semejante para un anillo. Probablemente sea ésa la repetición que

Librodot La sutileza de un acto fallido Sigmund Freud

2

quieres evitar. A nadie le gusta hacer siempre el mismo regalo.» Esta argumentación me

convenció, y advertí que se trata evidentemente de una objeción contra la repetición del

mismo regalo y no de la misma palabra. Esto último no era más que un desplazamiento a

algo insignificante, con el objeto de apartarme de algo más importante. Una dificultad

estética quizá en lugar de un conflicto instintual.

En efecto, es fácil descubrir la siguiente continuación. Busco un motivo para no

regalar esa piedra, y el motivo se me presenta en la reflexión de que ya he regalado una vez

lo mismo, o algo muy parecido. ¿Por qué debe ocultarse y disfrazarse esta objeción? No

tardo en advertir el motivo: es que ni siquiera quiero regalar esta piedra; a mí mismo me

gusta demasiado. La explicación de este acto fallido no ha ofrecido grandes dificultades.

Pronto se me ocurre también una reflexión consoladora: las reservas de esta especie sólo

aumentan el valor de un regalo. ¿Qué regalo sería aquel que no nos diese o procurase un

poco de pena dar? Con todo, esto me permitió comprender una vez más cuán complicados

pueden ser los procesos psíquicos más insignificantes y simples en apariencia. Me

equivoqué al anotar algo; puse un bis donde sólo cabía un für; lo advertí y lo corregí; un

pequeño error -en realidad sólo el intento de un error- y, sin embargo, cuántas condiciones

previas, cuántos determinantes dinámicos. Es cierto también que nada de esto habría

sucedido si el material no hubiese sido particularmente favorable para su ocurrencia.

Sigmund Freud

XXV EL CHISTE Y SU RELACIÓN CON LO INCONSCIENTE (*)

1905

A). PARTE ANALÍTICA

1. -Introducción

(1)

TODO aquel que haya buceado en las obras de Estética y de Psicología a la rebusca

de una aclaración sobre la esencia y las relaciones del chiste, habrá de confesar que la

investigación filosófica no ha concedido al mismo hasta el momento toda aquella atención

a que se hace acreedor por el importante papel que en nuestra vida anímica desempeña.

Sólo una escasísima minoría de pensadores se ha ocupado seriamente de los problemas que

a él se refieren. Cierto es que entre los investigadores del chiste hallamos los brillantes

nombres del poeta Jean Paul (Richter) y de los filósofos Th. Vischer, Kuno Fischer y Th.

Lipps; mas también todos estos autores relegan a un segundo término el tema del chiste y

dirigen su interés principal a la investigación del problema de lo cómico, más amplio y

atractivo.

La literatura existente sobre esta materia nos produce al principio la impresión de

que no es posible tratar del chiste sino en conexión con el tema de lo cómico.

Según Th. Lipps (Komik und Humor 1898), el chiste es «la comicidad

privativamente subjetiva»; esto es, aquella comicidad «que nosotros hacemos surgir, que

reside en nuestros actos como tales, y con respecto a la cual nuestra posición es la del sujeto

que se halla por encima de ella y nunca la de objeto, ni siquiera voluntario» (pág. 80).La

siguiente observación aclara un tanto estos conceptos; se denomina chiste «todo aquello

que hábil y conscientemente hace surgir la comicidad, sea de la idea o de la situación» (pág.

78).

K. Fischer explica la relación del chiste con lo cómico por medio de la caricatura, a

la que sitúa entre ambos (Über den Witz, 1889). Lo feo, en cualquiera de sus

manifestaciones, es objeto de la comicidad.«Dondequiera que se halle escondido, es

descubierto a la luz de la observación cómica, y cuando no es visible o lo es apenas, queda

forzado a manifestarse o precisarse, hasta surgir clara y francamente a la luz del día… De

este modo nace la caricatura» (pág. 45). «No todo nuestro mundo espiritual, el reino

intelectual de nuestros pensamientos y representaciones, se desarrolla ante la mirada de la

observación exterior ni se deja representar inmediatamente de una manera plástica y

Librodot El chiste y su relación con lo inconsciente Sigmund Freud

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visible. También él contiene sus estancamientos, fallos y defectos, así como un rico acervo

de ridículo y de contrastes cómicos. Para hacer resaltar todo esto y someterlo a la

observación estética será necesaria una fuerza que sea capaz no sólo de representar

inmediatamente objetos, sino también de arrojar luz sobre tales representaciones,

precisándolas; esto es, una fuerza que ilumine y aclare las ideas. Tal fuerza es únicamente

el juicio. El juicio generador del contraste cómico es el chiste, que ha intervenido ya

calladamente en la caricatura, pero que sólo en el juicio alcanza su forma característica y un

libre campo en que desarrollarse» (pág. 49).

Como puede verse, para Lipps es la actividad, la conducta activa del sujeto, el

carácter que distingue al chiste dentro de lo cómico, mientras que Fischer caracteriza el

chiste por la relación a su objeto, debiendo considerarse como tal todo lo feo que en nuestro

mundo intelectual se oculta. La verdad de estas definiciones escapa a toda comprobación, y

ellas mismas resultan casi ininteligibles, considerándolas, como aquí lo hacemos, aisladas

del contexto al que pertenecen. Será, pues, preciso estudiar en su totalidad la exposición

que de lo cómico hacen estos autores para hallar en ella lo referente al chiste. No obstante,

podrá observarse que en determinados lugares de su obra saben también estos

investigadores indicar caracteres generales y esenciales del chiste, sin tener para nada en

cuenta su relación con lo cómico.

Entre todos los intentos que K. Fischer hace de fijar el concepto del chiste, el que

más le satisface es el siguiente: «El chiste es un juicio juguetón» (pág. 51). Para explicar

esta definición nos recuerda el autor su teoría de que «la libertad estética consiste en la

observación juguetona de las cosas» (pág. 50). En otro lugar (pág. 20) caracteriza Fischer

la conducta estética ante un objeto por la condición de que no demandamos nada de él; no

le pedimos, sobre todo, una satisfacción de nuestras necesidades, sino que nos contentamos

con el goce que nos proporciona su contemplación. En oposición al trabajo, la conducta

estética no es sino un juego. «Podría ser que de la libertad estética surgiese un juicio de

peculiar naturaleza, desligado de las generales condiciones de limitación y orientación, al

que por su origen llamaremos `juicio juguetón'». En este concepto se hallaría contenida la

condición primera para la solución de nuestro problema, o quizá dicha solución misma. «La

libertad produce el chiste, y el chiste es un simple juego con ideas» (pág. 24).

Se ha definido con preferencia el chiste diciendo que es la habilidad de hallar

analogías entre lo desparejo; esto es, analogías ocultas. Juan Pablo expresó chistosamente

este mismo pensamiento: «El chiste -escribe- es el cura disfrazado que desposa a toda

pareja», frase que continuó Th. Vischer, añadiendo: «Y con preferencia a aquellas cuyo

matrimonio no quieren tolerar sus familias». Mas al mismo tiempo objeta Vischer que

existen chistes en los que no aparece la menor huella de comparación, o sea de hallazgo de

una analogía. Por tanto, define el chiste, separándose de la teoría de Juan Pablo, como la

habilidad de ligar con sorprendente rapidez, y formando una unidad, varias

representaciones, que por su valor intrínseco y por el nexo a que pertenecen son totalmente

extrañas unas a otras. K. Fischer observa que en una gran cantidad de juicios curiosos no

hallamos analogías, sino, por el contrario, diferencias, y Lipps, a su vez, hace resaltar el

hecho de que todas estas definiciones se refieren a la cualidad propia del sujeto chistoso;

pero no al chiste mismo, fruto de dicha cualidad.

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Otros puntos de vista, relacionados entre sí en cierto sentido, y que han sido

adoptados en la definición o descripción del chiste, son los del contraste de

representaciones, del «sentido en lo desatinado» y del «desconcierto y esclarecimiento».

Varias definiciones establecen como factor principal el contraste de

representaciones. Así, Kraepelin considera el chiste como la «caprichosa conexión o

ligadura, conseguida generalmente por asociación verbal, de dos representaciones que

contrastan entre sí de un modo cualquiera». Para un crítico como Lipps no resulta nada

difícil demostrar la grave insuficiencia de tal fórmula; pero tampoco él excluye el factor

contraste, sino que se limita a situarlo, por desplazamiento, en un lugar distinto. «El

contraste continúa existiendo; pero no es un contraste determinado de las representaciones

ligadas por medio de la expresión oral, sino contraste o contradicción de la significación y

falta de significación de las palabras» (pág. 87). Con varios ejemplos aclara Lipps el

sentido de la última parte de su definición: «Nace un contraste cuando concedemos… a sus

palabras un significado que, sin embargo, vemos que es imposible concederles».

En el desarrollo de está última determinante aparece la antítesis de «sentido y

desatino». Lo que en un momento hemos aceptado como sensato se nos muestra

inmediatamente falto de todo sentido. Tal es la esencia, en este caso, del proceso cómico

(págs. 85 y siguientes). «Un dicho nos parece chistoso cuando le atribuimos una

significación con necesidad psicológica y en el acto de atribuírsela tenemos que negársela.

El concepto de tal significación puede fijarse de diversos modos. Prestamos a un dicho un

sentido y sabemos que lógicamente no puede corresponderle. Encontramos en él una

verdad, que luego, ciñéndonos a las leyes de la experiencia o a los hábitos generales de

nuestro pensamiento, nos es imposible reconocer en él. Le concedemos una consecuencia

lógica o práctica que sobrepasa su verdadero contenido, y negamos enseguida tal

consecuencia en cuanto examinamos la constitución del dicho en sí. El proceso psicológico

que el dicho chistoso provoca en nosotros y en el que reposa el sentimiento de la comicidad

consiste siempre en el inmediato paso de los actos de prestar un sentido, tener por

verdadero o conceder una consecuencia a la consciencia o impresión de una relativa

nulidad».

A pesar de lo penetrante de este análisis cabe preguntar si la contraposición de lo

significativo y lo falto de sentido, en la que reposa el sentimiento de la comicidad, puede

contribuir en algo a la fijación del concepto del chiste en tanto en cuanto este último se

halla diferenciado de lo cómico.

También el factor «desconcierto y esclarecimiento» nos hace penetrar

profundamente en la relación del chiste con la comicidad. Kant dice que constituye una

singular cualidad de lo cómico el no podernos engañar más que por un instante. Heymans

(Zeitschr. für Psychologie, XI, 1896) expone cómo el efecto de un chiste es producido por

la sucesión de desconcierto y esclarecimiento y explica su teoría analizando un excelente

chiste que Heine pone en boca de uno de sus personajes, el agente de lotería Hirsch-

Hyacinth, pobre diablo que se vanagloria de que el poderoso barón de Rotschild, al que ha

tenido que visitar, le ha acogido como a un igual y le ha tratado muy famillionarmente. En

este chiste nos aparece al principio la palabra que lo constituye simplemente como una

defectuosa composición verbal, incomprensible y misteriosa. Nuestra primera impresión es,

pues, la de desconcierto. La comicidad resultaría del término puesto a la singular formación

verbal. Lipps añade que a este primer estadio del esclarecimiento, en el que comprendemos

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la doble significación de la palabra, sigue otro, en el que vemos que la palabra falta de

sentido nos ha asombrado primero y revelado luego su justa significación. Este segundo

esclarecimiento, la comprensión de que todo el proceso ha sido debido a un término que en

el uso corriente del idioma carece de todo sentido, es lo que hace nacer la comicidad (pág.

95).

Sea cualquiera de estas dos teorías la que nos parezca más luminosa, el caso es que

el punto de vista del «desconcierto y esclarecimiento» nos proporciona una determinada

orientación. Si el efecto cómico del chiste de Heine, antes expuesto, reposa en la solución

de la palabra aparentemente falta de sentido, quizá debe buscarse el «chiste» en la

formación de tal palabra y en el carácter que presenta.

Fuera de toda conexión con los puntos de vista antes consignados, aparece otra

singularidad del chiste que es considerada como esencial por todos los autores. «La

brevedad es el cuerpo y el espíritu de todo chiste, y hasta podríamos decir que es lo que

precisamente lo constituye», escribe Juan Pablo (Vorschule der Ästhetik, I, § 45), frase que

no es sino una modificación de la que Shakespeare pone en boca del charlatán Polonio

(Hamlet, acto II, esc. II): «Como la brevedad es el alma del ingenio, y la prolijidad, su

cuerpo y ornato exterior, he de ser muy breve».

Muy importante es la descripción que de la brevedad del chiste hace Lipps (pág.

10): «El chiste dice lo que ha de decir; no siempre en pocas palabras, pero sí en menos de

las necesarias; esto es, en palabras que conforme a una estricta lógica o a la corriente

manera de pensar y expresarse no son las suficientes. Por último, puede también decir todo

lo que se propone silenciándolo totalmente».

Ya en la yuxtaposición del chiste y la caricatura se nos hizo ver «que el chiste tiene

que hacer surgir algo oculto o escondido» (K. Fischer, pág. 51). Hago resaltar aquí

nuevamente esta determinante por referirse más a la esencia del chiste que a su pertenencia

a la comicidad.

(2)

Sé muy bien que con las fragmentarias citas anteriores, extraídas de los trabajos de

investigación del chiste, no se puede dar una idea de la importancia de los mismos ni de los

altos merecimientos de sus autores. A consecuencia de las dificultades que se oponen a una

exposición, libre de erróneas interpretaciones, de pensamientos tan complicados y sutiles,

no puedo ahorrar a aquellos que quieran conocerlos a fondo el trabajo de documentarse en

las fuentes originales. Mas tampoco me es posible asegurarles que hallarán en ellas una

total satisfacción de su curiosidad. Las cualidades y caracteres que al chiste atribuyen los

autores antes citados -la actividad, la relación con el contenido de nuestro pensamiento, el

carácter de juicio juguetón, el apareamiento de lo heterogéneo, el contraste de

representaciones, el «sentido en lo desatinado», la sucesión de asombro y esclarecimiento,

el descubrimiento de lo escondido y la peculiar brevedad del chiste- nos parecen a primera

vista tan verdaderos y tan fácilmente demostrables por medio del examen de ejemplos, que

no corremos peligro de negar la estimación debida a tales concepciones; pero son éstas

Librodot El chiste y su relación con lo inconsciente Sigmund Freud

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disjecta membra las que desearíamos ver reunidas en una totalidad orgánica. No aportan, en

realidad, más material para el conocimiento del chiste que lo que aportaría una serie de

anécdotas a la característica de una personalidad cuya biografía quisiéramos conocer.

Fáltanos totalmente el conocimiento de la natural conexión de las determinantes

aisladas y de la relación que la brevedad del chiste pueda tener con su carácter de juicio

juguetón. Tampoco sabemos si el chiste debe, para serlo realmente, llenar todas las

condiciones expuestas o sólo algunas de ellas, y en este caso cuáles son las imprescindibles

y cuáles las que pueden ser sustituidas por otras. Desearíamos, por último, obtener una

agrupación y una división de los chistes en función de las cualidades señaladas. La

clasificación hecha hasta ahora se basa, por un lado, en lo medios técnicos, y por otro, en el

empleo del chiste en el discurso oral (chiste por efecto del sonido, juego de palabras, chiste

caricaturizante, chiste caracterizante, satisfacción chistosa).

No nos costaría, pues, trabajo alguno indicar sus fines a una más amplia

investigación del chiste. Para poder esperar algún éxito tendríamos que introducir nuevos

puntos de vista en nuestra labor o intentar adentrarnos más en la materia intensificando

nuestra atención y agudizando nuestro interés. Podemos, por lo menos, proponernos no

desaprovechar este último medio. Es singular la escasísima cantidad de ejemplos

reconocidamente chistosos que los investigadores han considerado suficientes para su

labor, y es asimismo un poco extraño que todos hayan tomado como base de su trabajo los

mismos chistes utilizados por sus antecesores. No queremos nosotros tampoco sustraernos

a la obligación de analizar los mismos ejemplos de que se han servido los clásicos de la

investigación de estos problemas, pero sí nos proponemos aportar, además, nuevo material

para conseguir una más amplia base en que fundamentar nuestras conclusiones.

Naturalmente, tomaremos como objeto de nuestra investigación aquellos chistes que nos

han hecho mayor impresión y provocado más intensamente nuestra hilaridad.

No creo pueda dudarse de que el tema del chiste sea merecedor de tales esfuerzos.

Prescindiendo de los motivos personales que me impulsan a investigar el problema del

chiste y que ya se irán revelando en el curso de este estudio, puedo alegar el hecho

innegable de la íntima conexión de todos los sucesos anímicos, conexión merced a la cual

un descubrimiento realizado en un dominio psíquico cualquiera adquiere, con relación a

otro diferente dominio, un valor extraordinariamente mayor que el que en un principio nos

pareció poseer aplicado al lugar en que se nos reveló. Débese también tener en cuenta el

singular y casi fascinador encanto que el chiste posee en nuestra sociedad. Un nuevo chiste

se considera casi como un acontecimiento de interés general y pasa de boca en boca como

la noticia de una recientísima victoria. Hasta importantes personalidades que juzgan digno

de comunicar a los demás cómo han llegado a ser lo que son, qué ciudades y países han

visto y con qué otros hombres de relieve han tratado, no desdeñan tampoco acoger en su

biografía tales o cuáles excelentes chistes que han oído.

«Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica)

2. -La técnica del chiste

Librodot El chiste y su relación con lo inconsciente Sigmund Freud

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(1)

ESCOJAMOS el primer chiste que el azar hizo acudir a nuestra pluma al escribir el

capítulo anterior.

En el fragmento de los Reisebilder titulado «Los baños de Lucas» nos presenta

Heine la regocijante figura de Hirsch-Hyacinth, agente de lotería y extractador de granos,

que, vanagloriándose de sus relaciones con el opulento barón de Rotschild, exclama: «Tan

cierto como que de Dios proviene todo lo bueno, señor doctor, es que una vez me hallaba

yo sentado junto a Salomón Rotschild y que me trató como a un igual suyo, muy

«famillionarmente» (familionär)».

Este excelente chiste ha sido utilizado como ejemplo por Heyman y Lipps para

explicar el efecto cómico del chiste en función del proceso de «desconcierto y

aclaramiento». Mas dejemos por ahora esta cuestión para plantearnos la de qué es lo que

hace que el dicho de Hirsch-Hyacinth constituya un chiste. Pueden suceder dos cosas: o es

el pensamiento expresado en la frase lo que lleva en sí el carácter chistoso, o el chiste es

privativo de la expresión que el pensamiento ha hallado en la frase. Tratemos, pues, de

perseguir el carácter chistoso y descubrir en qué lugar se oculta.

Un pensamiento puede ser expresado por medio de diferente formas verbales -o

palabras- que todas ellas lo reproducen con igual fidelidad. En la frase de Hirsch-Hyacinth

tenemos una determinada expresión de un pensamiento, expresión que sospechamos es un

tanto singular y desde luego no la más fácilmente comprensible. Intentemos expresar con la

mayor fidelidad el mismo pensamiento en palabras distintas. Esta labor ya ha sido llevada a

cabo por Lipps de manera de explicar hasta cierto punto la idea de Heine. «Comprendemos

-escribe Lipps- que Heine quiere decir que la acogida de Rotschild a Hirsch-Hyacinth fue

harto familiar; esto es, de aquella naturaleza poco corriente en los millonarios» (pág. 7). No

alteraremos en nada este sentido, dando al pensamiento otra forma que quizá se adapta más

a la frase de Hirsch-Hyacinth. «Rotschild me trató como a su igual, muy familiarmente,

aunque claro es que sólo en la medida en que esto es posible a un millonario». «La

benevolencia de un rico es siempre algo dudosa para aquel que es objeto de ella»,

añadiríamos nosotros.

Con cualquiera de estas dos versiones del mismo pensamiento que demos por buena

vemos que la interrogación que nos planteamos ha quedado resuelta. El carácter chistoso no

pertenece en este ejemplo al pensamiento. Lo que Heine pone en labios de Hirsch-Hyacinth

es una justa y penetrante observación, que entraña una innegable amargura y nos parece

muy comprensible en un pobre diablo que se encuentre ante la enorme fortuna de un

plutócrata, pero que nunca nos atreveríamos a calificar de chistosa. Si alguien, no pudiendo

olvidar la forma original de la frase, insistiera en que el pensamiento en sí era también

chistoso, no habría más que hacerle ver que si la frase de Hirsch-Hyacinth nos hacía reír, en

cambio la fidelísima versión del mismo pensamiento hecha por Lipps o la que nosotros

hemos después efectuado pueden movernos a reflexionar, pero nunca excitar nuestra

hilaridad.

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Mas si el carácter chistoso de nuestro ejemplo no se esconde en el pensamiento,

tendremos que buscarlo en la forma de la expresión verbal. Examinando la singularidad de

dicha expresión, descubrimos en seguida lo que podemos considerar como técnica verbal o

expresiva de este chiste, la cual tiene que hallarse en íntima relación con la esencia del

mismo, dado que todo su carácter y el efecto que produce desaparecen en cuanto se lleva a

cabo su sustitución. Concediendo un tan importante valor a la forma verbal del chiste, nos

hallamos de perfecto acuerdo con los que en la investigación de esta materia nos han

precedido. Así, dice K. Fischer (pág. 72): «En principio, es simplemente la forma lo que

convierte al juicio en chiste». Recordamos aquí una frase de Juan Pablo en la que se expone

y demuestra esta naturaleza del chiste: «Hasta tal punto vence simplemente la colocación,

sea de los ejércitos, sea de las frases».

¿En qué consiste, pues, la «técnica» de este chiste? ¿Por qué proceso ha pasado el

pensamiento descubierto por nuestra interpretación hasta convertirse en un chiste que nos

mueve a risa? Comparando nuestra interpretación con la forma en que el poeta ha encerrado

tal pensamiento, hallamos una doble elaboración. En primer lugar, ha tenido efecto una

abreviación. Para expresar totalmente el pensamiento contenido en el chiste teníamos que

añadir a la frase «R. me trató como a un igual, muy familiarmente» en segunda proposición,

«hasta el punto en que ello es posible a un millonario», y hecho esto, sentimos todavía la

necesidad de otra sentencia aclaratoria. El poeta expresa el mismo pensamiento con mucha

brevedad:

«R. me trató como a un igual, muy famillionarmente (famillionär)». La limitación

que la segunda frase impone a la primera, en la que señala lo familiar del trato, desaparece

en el chiste.

Mas no queda excluida sin dejar un sustitutivo por el que no es posible reconstruirla.

Ha tenido lugar una segunda modificación. La palabra familiarmente (familiär), que

aparece en la interpretación no chistosa del pensamiento, se muestra en el chiste

transformada en famillionarmente. Sin duda alguna es en esta nueva forma verbal donde

reside el carácter chistoso y el efecto hilarante del chiste. La palabra así formada coincide

en sus comienzos con la palabra «familiarmente» (familiär), que aparece en la primera

frase, y luego con la palabra «millonario» (millionär), que forma parte de la segunda;

representa así a esta última y nos permite adivinar su texto, omitido en el chiste. Es, pues, la

nueva palabra una formación mixta de los dos componentes «familiarmente» y

«millonario» y podemos representar gráficamente su génesis en la forma que sigue:

F A M I L I Ä R

M I L I O N Ä R

-----------------------------

F A M I L I O N Ä R

El proceso que ha convertido en chiste el pensamiento podemos también

representarlo en una forma que, aunque al principio parece un tanto fantástica, reproduce

exactamente el resultado real:

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«R. me trató muy familiarmente (familiär), aunque claro es que sólo en la medida en

que esto es posible a un

millonario (millionär).»

Imagínese ahora una fuerza compresora que actuara sobre esta frase y supóngase

que por cualquier razón sea su segundo trozo el que menos resistencia puede oponer a dicha

fuerza. Tal segundo trozo se vería entonces forzado a desaparecer, y su más valioso

componente, la palabra «millonario» (millonär), único que presentaría una mayor

resistencia, quedaría incorporado a la primera parte de la frase por su fusión con la palabra

«familiarmente» (familiär), análoga a él. Precisamente esta casual posibilidad de salvar lo

más importante del segundo trozo de la frase favorece la desaparición de los restantes

elementos menos valiosos. De este modo nace entonces el chiste:

R. me trató muy familiarmente

(famili on är)

| |

( mili) (är)

Aparte de esta fuerza compresiva, que nos es desconocida, podemos describir en

este caso el proceso de la formación del chiste, o sea la técnica del mismo, como una

condenación con formación de sustitutivo. Esta formación consistiría en nuestro ejemplo,

en la constitución de una palabra mixta -«FAMILLIONÄR»- incomprensible en sí, pero

cuyo sentido nos es descubierto en el acto por el contexto en el que se halla incluida. Esta

palabra mixta es la que entraña el efecto hilarante del chiste, efecto de cuyo mecanismo

nada hemos logrado averiguar con el descubrimiento de la técnica. ¿Hasta qué punto puede

regocijarnos y forzarnos a reír un proceso de condensación verbal acompañado de una

formación sustitutiva? Éste es otro problema muy distinto y del que no podemos ocuparnos

hasta hallar un camino por el que aproximarnos a él. Permaneceremos, pues, por ahora en

lo que respecta a la técnica del chiste.

Nuestra esperanza de que la técnica del chiste no podía por menos de revelarnos la

íntima esencia del mismo nos mueve, ante todo, a investigar la existencia de otros chistes

de formación semejante a la del anteriormente examinado. En realidad, no existen muchos

chistes de este tipo, mas sí los suficientes para formar un pequeño grupo caracterizado por

la formación de una palabra mixta. El mismo Heine, copiándose a sí mismo, ha utilizado

por segunda vez la palabra «millonario» (millionär) para hacer otro chiste. Habla, en efecto,

en uno de sus libros (Idem, cap. XIV) de un «MILLIONÄR», transparente condensación de

las palabras «millonario» (millionär) y «loco» (Narr), que expresa, como en el primer

ejemplo, un oculto pensamiento accesorio.

Expondré aquí otros ejemplos del mismo tipo que hasta mí han llegado. Existe una

fuente (`Brunnen') en Berlín cuya construcción produjo mucho descontento hacia el

burgomaestre Forckenbeck. Los berlineses la llaman la Forckenbecken, dando un efecto

chistoso, aunque para ellos fue necesario reemplazar la palabra Brunnen por un equivalente

Librodot El chiste y su relación con lo inconsciente Sigmund Freud

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en desuso Becken, a objeto de combinarlo en una totalidad con el nombre del

burgomaestro. La malicia europea transformó en «CLEOPOLDO» el verdadero nombre -

Leopoldo- de un alto personaje, de quien se murmuraba mantenía íntimas relaciones con

una bella dama llamado Cleo. De este modo, el rendimiento de un sencillo proceso de

condensación en el que no entraba en juego sino una sola letra, conservaba siempre viva

una maligna alusión. Los nombres propios caen con especial facilidad bajo este proceso de

la técnica del chiste. En Viena existían dos hermanos, Salinger de apellido, uno de los

cuales era corredor de Bolsa (Börsensensal). Esta circunstancia dio pie para que a este

último se le conociera con el nombre de Sensalinger (condensación de Sensal, corredor, y

Salinger, su apellido) y a su hermano con el menos agradable de Scheusalinger

(condensación de Scheusal, espantajo, y el apellido común). La ocurrencia es fácil e

ingeniosa, aunque ignoro si estaría justificada. Mas el chiste no suele preocuparse mucho

de tales justificaciones.

Me contaron la siguiente condensación chistosa. Un hombre joven que había

llevado hasta el momento una vida por demás placentera en el extranjero, después de una

prolongada ausencia efectúa una visita a un amigo en esta ciudad. El último se sorprende de

verle un Ehering (anillo de esponsales) en la mano de su visitante, y le pregunta si se ha

casado. A lo que responde que sí `Trauring pero cierto'. El chiste es excelente. La palabra

Trauring combina ambos elementos: Ehering cambiada a Trauring junto a la frase trauring,

aber wahr (`triste pero cierto'). Aquí se emplea una palabra que coincide totalmente con uno

de los dos elementos y no una palabra ininteligible como en famillionär.

En una conversación proporcioné yo mismo, involuntariamente, el material para la

formación de un chiste por completo análogo al primero que de Heine hemos reproducido.

Relataba yo a una señora los grandes merecimientos de un investigador cuyo valor creía yo

injustamente desconocido por sus contemporáneos. «Pero ese hombre merece un

monumento», me replicó la señora. «Y es muy probable que alguna vez lo tenga -repuse

yo-, pero, momentáneamente, su éxito es bien escaso». «Monumento» y «momentáneo»

son dos conceptos opuestos. Mi interlocutora los reunió en su respuesta, diciendo:

«Entonces le desearemos un éxito monumentáneo».

En un excelente trabajo inglés sobre este mismo tema (A. A. Brill, Freud's Theory

of wit, en Journal of abnormal Psychologie, 1911) se incluyen algunos ejemplos en idiomas

diferentes del alemán, que muestran todos el mismo mecanismo de condensación que el

chiste de Heine.

El escritor inglés De Quincey -relata Brill- escribe en una ocasión que los ancianos

suelen caer con frecuencia en el anecdotage. Esta palabra es una formación mixta de otras

dos, coincidentes en parte:

anecdote y

dotage (charla pueril).

En una historieta anónima halló Brill calificadas las Navidades como the

alcoholidays, igual fusión de:

Librodot El chiste y su relación con lo inconsciente Sigmund Freud

10

alcohol y

holidays (días festivos).

Hablando Sainte-Beuve de la famosa novela de Flaubert Salambô, cuya acción se

desarrolla en la antigua Cartago, la califica irónicamente de Carthaginoiserie, aludiendo a la

paciente minuciosidad con que el autor se esfuerza en reproducir el ambiente y costumbres

del antiguo pueblo africano:

Carthaginois

chinoiserie.

El mejor chiste de este tipo se debe a una de las personalidades austríacas de mayor

relieve, que después de una importante actividad científica y pública ocupa actualmente

uno de los más altos puestos del Estado. He de tomarme la libertad de utilizar para estas

investigaciones los chistes atribuidos a esta personalidad y que, en efecto, llevan todos un

mismo inconfundible sello. Sírvame de justificación el hecho de que difícilmente hubiera

podido hallar mejor material.

Se hablaba un día, delante de esta persona, de un escritor al que se conocía por una

aburrida serie de artículos, publicados en un diario vienés sobre insignificantes episodios de

las relaciones políticas y guerreras entre Napoleón I y el de Austria. El autor de estos

artículos ostenta una abundante cabellera de un espléndido color rojo. Al oír su nombre

exclamó el señor N.: ¿No es ése el rojo Fadian que se extiende por toda la historia de los

Napoleónidas?

Para hallar la técnica de este chiste le someteremos a aquel método de reducción

que hace desaparecer su carácter chistoso, variando su forma expresiva, y restaura, en

cambio, su primitivo sentido, fácilmente adivinable en todo buen chiste. El presente

ejemplo ha surgido de dos componentes: un juicio adverso al escritor en cuestión y una

reminiscencia de la famosa comparación con que Goethe encabeza, en Las afinidades

electivas, los extractos del «Diario de Otilia». La adversa crítica podría expresarse en la

forma siguiente: «¡De modo que es éste el sujeto que no sabe escribir una y otra vez más

que aburridos folletones sobre Napoleón en Austria!» Esta manifestación no tiene nada de

chistoso. Tampoco puede movernos a risa la bella comparación de Goethe. Sólo cuando

ambos conceptos son puestos en relación y sometidos a un singular proceso de

condensación y fusión es cuando surge un chiste, excelente por cierto. La conexión entre el

adverso juicio sobre el tedioso historiador y la bella metáfora goethiana se ha constituido

aquí, por razones que aún no me es dado hacer comprensibles, de un modo harto menos

sencillo que en otros casos análogos. Intentaré, por lo menos, sustituir el probable proceso

de génesis de este chiste por la construcción siguiente: en primer lugar, la circunstancia del

constante retorno del mismo tema en los artículos del insulso escritor debió despertar en N.

una ligera reminiscencia de la conocida comparación goethiana de Las afinidades electivas,

Librodot El chiste y su relación con lo inconsciente Sigmund Freud

11

comparación que es erróneamente citada casi siempre con las palabras «se extiende como

un rojo hilo». El «rojo hilo» de la comparación ejerció una acción modificadora sobre la

expresión de la primera frase merced a la circunstancia casual de ser también rojo; esto es,

poseer rojos cabellos el escritor criticado. Llegado el proceso a este punto, la expresión del

pensamiento sería quizá la siguiente: De modo que ese individuo rojo es el que escribe unos

artículos tan aburridos sobre Napoleón. Entra ahora en juego el proceso que condensó en

uno ambos trozos. Bajo la presión de este proceso, que encuentra su primer punto de apoyo

en la igualdad proporcionada por el elemento «rojo», se asimiló «aburrido» (langweilig) a

«hilo» (Faden), transformándose en un sinónimo fad[e] (aburrido, insulso), y entonces

pudieron ya fundirse ambos elementos para constituir la expresión verbal del chiste, en la

que esta vez tiene mayor importancia la cita goethiana que el juicio despectivo, el cual

seguramente fue el primero en surgir aisladamente en el pensamiento de N.

«De modo que ese rojo sujeto quien escribe los `fade' artículos sobre N(apoleón).

El...............................rojo.........`Faden' (hilo) que se extiende por todo.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------

¿No es ése el rojo Fadian que se extiende por toda la historia de los

N(apoleónidas)?

Más adelante, cuando nos sea posible analizar este chiste desde otros puntos de vista

distintos de los puramente formales, justificaremos esa representación gráfica y, al mismo

tiempo, la someteremos a una necesaria rectificación. Lo que en ella pudiera ser objeto de

duda, el hecho de haber tenido lugar una condensación, aparece con evidencia innegable. El

resultado de la condensación es nuevamente, por un lado, una considerable abreviación y,

por otro, en lugar de una singular formación verbal mixta, más bien infiltración de los

elementos constitutivos de ambos componentes. La expresión roter Fadian sería siempre

viable por sí misma con una calificación peyorativa: mas en nuestro caso es, con seguridad,

el producto de una condensación.

Si al llegar a este punto se sintiera el lector disgustado ante nuestra manera de

enfocar esta cuestión, que amenaza destruir el placer que en el chiste pudiera hallar, sin

explicarle, en cambio, ni siquiera la fuente de que dicho placer mana, yo le ruego reprima

su impaciencia. Nos hallamos ahora ante el problema de la técnica del chiste, cuya

investigación nos promete, cuando lleguemos a profundizar suficientemente, interesantes

descubrimientos.

Por el análisis del último ejemplo nos hallamos preparados a hallar, cuando en otros

casos encontremos de nuevo un proceso de condensación, la sustitución de lo suprimido no

sólo en una formación verbal mixta, sino también en una distinta modificación de la

expresión. Los siguientes chistes, debidos asimismo al fértil ingenio del señor N., nos

indicarán en qué consiste este distinto sustitutivo:

«Sí; he viajado con él TÊTE-À-BÊTE.» Nada más fácil que reducir este chiste. Su

significado tiene que ser: «He viajado tête-à-tête con X., y X. es un animal.»

Ninguna de las dos frases es chistosa. Reduciéndolas a una sola: «He viajado tête-àtête

con el animal de X.», tampoco encontramos en ella nada que nos mueva a risa. El

chiste se constituye en el momento en que se hace desaparecer la palabra «animal», y para

Librodot El chiste y su relación con lo inconsciente Sigmund Freud

12

sustituirla se cambia por una B la T de la segunda tête, modificación pequeñísima, pero

suficiente para que vuelva a surgir el concepto «animal», antes desaparecido. La técnica de

este grupo de chistes puede describirse como condensación con ligera modificación, y

sospechamos que el chiste será tanto mejor cuanto más pequeña sea la modificación

sustitutiva.

Análoga, aunque no exenta de complicación, es la técnica de otro chiste. Hablando

de una persona que al lado de excelentes cualidades presentaba grandes defectos, dice N.:

«Sí, la vanidad es uno de sus CUATRO TALONES DE AQUILES». La pequeña

modificación consiste aquí en suponer que la persona a la que el chiste se refiere posee

cuatro talones, o sea cuatro pies, como los animales. Así, pues, las dos ideas condensadas

en el chiste serían:

«X. es un hombre de sobresalientes cualidades, fuera de su extremada vanidad; pero

no obstante, no es una persona que me sea grata, pues me parece un animal».

Muy semejante, pero mucho más sencillo, es otro chiste in statu nascendi del que fui

testigo en un pequeño círculo familiar, al que pertenecían dos hermanos, uno de los cuales

era considerado como modelo de aplicación en sus estudios, mientras que el otro no pasaba

de ser un medianísimo escolar. En una ocasión, el buen estudiante sufrió un fracaso en sus

exámenes, y su madre, hablando del suceso, expresó su preocupación de que constituyera el

comienzo de una regresión en las buenas cualidades de su hijo. El hermano holgazán, que

hasta aquel momento había permanecido oscurecido por el buen estudiante, acogió con

placer aquella excelente ocasión de tomar su desquite, y exclamó: «Sí; Carlos va ahora

hacia atrás sobre sus cuatro pies.»

La modificación consiste aquí en un pequeño agregado a la afirmación de que

también, a su juicio, retrocede el hermano abandonando el buen camino. Mas esta

modificación aparece como el sustitutivo de una apasionada defensa de la propia causa:

«No creáis que él es más inteligente que yo porque obtiene éxitos en la escuela. No es más

que un animal; esto es, más estúpido aún que yo».

Otro chiste muy conocido de N. nos da un bello ejemplo de condensación con ligera

modificación. Hablando de una personalidad política, dijo: «Este hombre tiene UN GRAN

PORVENIR DETRÁS DE ÉL.» Tratábase de un joven que por su apellido, educación y

cualidades personales pareció durante algún tiempo llamado a llegar a la jefatura de un gran

partido político y con ella al Gobierno de la nación. Mas las circunstancias cambiaron de

repente y el partido de referencia se vio imposibilitado de llegar al poder, siendo

sospechable que el hombre predestinado a asumir su jefatura no llegue ya a los altos

puestos que se creía. La más breve interpretación deducida de este chiste sería: «Ese

hombre ha tenido ante sí un gran porvenir, pero ahora ya no lo tiene». En lugar de «ha

tenido» y de la frase final, aparece en la frase principal la modificación de sustituir el «ante

sí» por su contrario «detrás de él».

De una modificación casi idéntica se sirvió N. en otra de sus ocurrencias. Había sido

nombrado ministro de Agricultura un caballero al que no se reconocía otro mérito para

ocupar dicho puesto que el de explotar personalmente sus propiedades agrícolas. La

opinión pública pudo comprobar, durante su gestión ministerial, que se trataba del más

inepto de cuantos ministros habían desempeñado aquella cartera. Cuando dimitió y volvió a

Librodot El chiste y su relación con lo inconsciente Sigmund Freud

13

sus ocupaciones agrícolas particulares, comentó N.: «Como Cincinato, ha vuelto a su

puesto ANTE el arado».

El ilustre romano, al que se apartó de sus faenas agrícolas para conferirle la

investidura de dictador, volvió, al abandonar la vida pública, a su puesto detrás del arado.

Delante del mismo no han ido nunca, ni en la época romana ni en la actual, más que los

bueyes.

Otro caso de condensación con modificación es un chiste de Karl Kraus que,

refiriéndose a un periodista de ínfima categoría, dedicado al chantaje, dijo que había salido

para los Balcanes en el Orienterpreßzug, formación verbal producto de la condensación de

dos palabras: Orientexpreßzug (tren expreso del Oriente) y Erpressung (chantaje).

Podríamos aumentar grandemente la colección de ejemplos de esta clase; mas creo

que con los expuestos quedan suficientemente aclarados los caracteres de la técnica del

chiste -condensación con modificaciones- en este segundo grupo. Comparándolo ahora con

el primero, cuya técnica consistía en la condensación con formación de una expresión

verbal mixta, vemos con toda claridad que sus diferencias no son esenciales y la transición

de uno a otro se efectúa sin violencia alguna. Tanto la formación verbal mixta como la

modificación se subordinan al concepto de la formación de sustitutivos, y si queremos

podemos describir la formación de palabra mixta también con modificación de la palabra

fundamental por el segundo elemento.

freud9.jpg

XX PSICOPATOLOGÍA DE LA VIDA COTIDIANA (*)

1900-1901 [1901]

Nun ist die Luft von solchem Spuk so voll,

Daß niemand weiß, wie er ihn meiden soll.

I. -OLVIDO DE NOMBRES PROPIOS

En el año 1898 publiqué en Monatsschrift für Psychiatrie und Neurologie un

pequeño trabajo, titulado «Sobre el mecanismo psíquico del olvido», que quiero reproducir

aquí, utilizándolo como punto de partida para más amplias investigaciones. Examinaba en

dicho ensayo, sometido al análisis psicológico, un ejemplo observado directamente por mí

mismo, el frecuente caso de olvido temporal de un nombre propio, y llegaba a la conclusión

de que estos casos de falla de una función psíquica -de la memoria-, nada gratos ni

importantes en la práctica, admitían una explicación que iba más allá de la usual valoración

atribuida a tales fenómenos.

Si no estoy muy equivocado, un psicólogo a quien se pregunta cómo es que con

mucha frecuencia no conseguimos recordar un nombre propio que, sin embargo, estamos

ciertos de conocer, se contentaría con responder que los nombres propios son más

susceptibles de ser olvidados que otro cualquier contenido de la memoria, y expondría

luego plausibles razones para fundamentar esta preferencia del olvido; pero no sospecharía

más amplia determinación de tal hecho.

Por mi parte he tenido ocasión de observar, en minuciosas investigaciones sobre el

fenómeno del olvido temporal de los nombres, determinadas particularidades que no en

todos, pero sí en muchos de los casos, se manifiestan con claridad suficiente. En tales casos

sucede que no sólo se olvida, sino que, además, se recuerda erróneamente. A la consciencia

del sujeto que se esfuerza en recordar el nombre olvidado acuden otros -nombres

sustitutivos- que son rechazados en el acto como falsos, pero que, sin embargo, continúan

presentándose en la memoria con gran tenacidad. El proceso que os había de conducir a la

reproducción del nombre buscado se ha desplazado, por decirlo así, y nos ha llevado hacia

un sustitutivo erróneo. Mi opinión es que tal desplazamiento no se halla a merced de un

mero capricho psíquico cualquiera, sino que sigue determinadas trayectorias regulares y

Librodot Sicopatología de la vida cotidiana Sigmund Freud

2

perfectamente calculables, o, por decirlo de otro modo, presumo que los nombres

sustitutivos están en visible conexión con el buscado, y si consigo demostrar la existencia

de esta conexión, espero quedará hecha la luz sobre el proceso y origen del olvido de

nombres.

En el ejemplo que en 1898 elegí para someterlo al análisis, el nombre que

inútilmente me había esforzado en recordar era el del artista que en la catedral de Orvieto

pintó los grandiosos frescos de `Las cuatro últimas cosas'. En vez del nombre que buscaba -

Signorelli- acudieron a mi memoria los de otros dos pintores -Botticelli y Boltraffio-, que

rechacé en seguida como erróneos. Cuando el verdadero nombre me fue comunicado por un

testigo de mi olvido, lo reconocí en el acto y sin vacilación alguna. La investigación de por

qué influencias y qué caminos asociativos se había desplazado en tal forma la reproducción

-desde Signorelli hasta Botticelli y Boltraffio- me dio los resultados siguientes:

a) La razón del olvido del nombre Signorelli no debe buscarse en una particularidad

del mismo ni tampoco en un especial carácter psicológico del contexto en que se hallaba

incluido. El nombre olvidado me era tan familiar como uno de los sustitutivos -Botticelli- y

mucho más que el otro -Boltraffio-, de cuyo poseedor apenas podría dar más indicación que

la de su pertenencia a la escuela milanesa. La serie de ideas de la que formaba parte el

nombre Signorelli en el momento en que el olvido se produjo me parece absolutamente

inocente e inapropiada para aclarar en nada el fenómeno producido. Fue en el curso de un

viaje en coche desde Ragusa (Dalmacia) a una estación de la Herzegovina. Iba yo en el

coche con un desconocido; trabé conversación con él y, cuando llegamos a hablar de un

viaje que había hecho por Italia, le pregunté si había estado en Orvieto y visto los famosos

frescos de…

b) El olvido del nombre queda aclarado al pensar en el tema de nuestra

conversación, que precedió inmediatamente a aquel otro en que el fenómeno se produjo, y

se explica como una perturbación del nuevo tema por el anterior. Poco antes de preguntar a

mi compañero de viaje si había estado en Orvieto, habíamos hablado de las costumbres de

los turcos residentes en Bosnia y en la Herzegovina. Yo conté haber oído a uno de mis

colegas, que ejercía la Medicina en aquellos lugares y tenía muchos clientes turcos, que

éstos suelen mostrarse llenos de confianza en el médico y de resignación ante el destino.

Cuando se les anuncia que la muerte de uno de sus deudos es inevitable y que todo auxilio

es inútil, contestan:«¡Señor (Herr), qué le vamos a hacer! ¡Sabemos que si hubiera sido

posible salvarle, le hubierais salvado!» En estas frases se hallan contenidos los siguientes

nombres: Bosnia, Herzegovina y Señor (Herr), que pueden incluirse en una serie de

asociaciones entre Signorelli, Botticelli y Boltraffio.

c) La serie de ideas sobre las costumbres de los turcos en Bosnia, etc., recibió la

facultad de perturbar una idea inmediatamente posterior, por el hecho de haber yo apartado

de ella mi atención sin haberla agotado. Recuerdo, en efecto, que antes de mudar de tema

quise relatar una segunda anécdota que reposaba en mi memoria al lado de la ya referida.

Los turcos de que hablábamos estiman el placer sexual sobre todas las cosas, y cuando

sufren un trastorno de este orden caen en una desesperación que contrasta extrañamente con

su conformidad en el momento de la muerte. Uno de los pacientes que visitaba mi colega le

Librodot Sicopatología de la vida cotidiana Sigmund Freud

3

dijo un día: «Tú sabes muy bien, señor (Herr), que cuando eso no es ya posible pierde la

vida todo su valor.»

Por no tocar un tema tan escabroso en una conversación con un desconocido reprimí

mi intención de relatar este rasgo característico. Pero no fue esto sólo lo que hice, sino que

también desvié mi atención de la continuación de aquella serie de pensamientos que me

hubiera podido llevar al tema «muerte y sexualidad». Me hallaba entonces bajo los efectos

de una noticia que pocas semanas antes había recibido durante una corta estancia en Trafoi.

Un paciente en cuyo tratamiento había yo trabajado mucho y con gran interés se había

suicidado a causa de una incurable perturbación sexual. Estoy seguro de que en todo mi

viaje por la Herzegovina no acudió a mi memoria consciente el recuerdo de este triste

suceso ni de nada que tuviera conexión con él. Mas la consonancia Trafoi-Boltraffio me

obliga a admitir que en aquellos momentos, y a pesar de la voluntaria desviación de mi

atención, fue dicha reminiscencia puesta en actividad en mí.

d) No puedo ya, por tanto, considerar el olvido del nombre Signorelli como un

acontecimiento casual, y tengo que reconocer la influencia de un motivo en este suceso.

Existían motivos que me indujeron no sólo a interrumpirme en la comunicación de mis

pensamientos sobre las costumbres de los turcos, etc., sino también a impedir que se

hiciesen conscientes en mí aquellos otros que, asociándose a los anteriores, me hubieran

conducido hasta la noticia recibida en Trafoi. Quería yo, por tanto, olvidar algo, y había

reprimido determinados pensamientos. Claro es que lo que deseaba olvidar era algo muy

distinto del nombre del pintor de los frescos de Orvieto; pero aquello que quería olvidar

resultó hallarse en conexión asociativa con dicho nombre, de manera que mi volición erró

su blanco y olvidé lo uno contra mi voluntad, mientras quería con toda intención olvidar lo

otro. La repugnancia a recordar se refería a un objeto, y la incapacidad de recordar surgió

con respecto a otro. El caso sería más sencillo si ambas cosas, rechazo e incapacidad, se

hubieran referido a un solo dato. Los nombres sustitutivos no aparecen ya tan injustificados

como antes de estas aclaraciones y aluden (como en una especie de transacción) tanto a lo

que quería olvidar como a lo que quería recordar, mostrándome que mi intención de olvidar

algo no ha triunfado por completo ni tampoco fracasado en absoluto.

e) La naturaleza de la asociación establecida entre el nombre buscado y el tema

reprimido (muerte y sexualidad, etc., en el que aparecen las palabras Bosnia, Herzegovina y

Trafoi) es especialmente singular. El siguiente esquema, que publiqué con mi referido

artículo, trata de representar dicha asociación.

En este proceso asociativo el nombre Signorelli quedó dividido en dos trozos. Uno

de ellos (elli) reapareció sin modificación alguna en uno de los nombres sustitutivos, y el

otro entró -por su traducción Signor-Herr (Señor)- en numerosas y diversas relaciones con

los nombres contenidos en el tema reprimido; pero precisamente por haber sido traducido

no pudo prestar ayuda ninguna para llegar a la reproducción buscada. Su sustitución se

llevó a cabo como si se hubiera ejecutado un desplazamiento a lo largo de la asociación de

los nombres Herzegovina y Bosnia, sin tener en cuenta para nada el sentido ni la limitación

acústica de las sílabas. Así, pues, los nombres fueron manejados en este proceso de un

modo análogo a como se manejan las imágenes gráficas representativas de trozos de una

frase con la que ha de formarse un jeroglífico.

Librodot Sicopatología de la vida cotidiana Sigmund Freud

4

La coincidencia no advirtió nada de todo el proceso que por tales caminos produjo los

nombres sustitutivos en lugar del nombre Signorelli. Tampoco parece hallarse a primera

vista una relación distinta de esta reaparición de las mismas sílabas o, mejor dicho, series

de letras entre el tema en el que aparece el nombre Signorelli y el que le precedió y fue

reprimido.

Quizá no sea ocioso hacer constar que las condiciones de la reproducción y del

olvido aceptadas por los psicólogos, y que éstos creen hallar en determinadas relaciones y

disposiciones, no son contradichas por la explicación precedente. Lo que hemos hecho es

tan sólo añadir, en ciertos casos, un motivo más a los factores hace ya tiempo reconocidos

como capaces de producir el olvido de un nombre y además aclarar el mecanismo del

recuerdo erróneo. Aquellas disposiciones son también, en nuestro caso, de absoluta

necesidad para hacer posible que el elemento reprimido se apodere asociativamente del

nombre buscado y lo lleve consigo a la represión. En otro nombre de más favorables

condiciones para la reproducción quizá no hubiera sucedido esto. Es muy probable que un

elemento reprimido esté siempre dispuesto a manifestarse en cualquier otro lugar; pero no

lo logrará sino en aquellos en los que su emergencia pueda ser favorecida por condiciones

apropiadas. Otras veces la represión se verifica sin que la función sufra trastorno alguno o,

como podríamos decir justificadamente, sin síntomas.

El resumen de las condicionantes del olvido de nombres, acompañado del recuerdo

erróneo, será, pues, el siguiente:

1º. Una determinada disposición para el olvido del nombre de que se trate.

2º. Un proceso represivo llevado a cabo poco tiempo antes.

3º. La posibilidad de una asociación externa entre el nombre que se olvida y el

elemento anteriormente reprimido.

Esta última condición no debe considerarse muy importante, pues la asociación

externa referida se establece con gran facilidad y puede considerarse existente en la

mayoría de los casos. Otra cuestión de más profundo alcance es la de si tal asociación

externa puede ser condición suficiente para que el elemento reprimido perturbe la

reproducción del nombre buscado o si no será además necesario que exista más íntima

conexión entre los temas respectivos. Una observación superficial haría rechazar el último

postulado y considerar suficiente la contigüidad temporal, aun siendo los contenidos

totalmente distintos; pero si se profundiza más se hallará que los elementos unidos por una

asociación externa (el reprimido y el nuevo) poseen con mayor frecuencia una conexión de

contenido. El ejemplo Signorelli es una prueba de ello.

El valor de lo deducido de este ejemplo depende, naturalmente, de que lo

consideremos como un caso típico o como un fenómeno aislado. Por mi parte debo hacer

constar que el olvido de un nombre, acompañado de recuerdo erróneo, se presenta con

extrema frecuencia en forma igual a la que nos ha revelado nuestro análisis. Casi todas las

veces que he tenido ocasión de observar en mí mismo tal fenómeno he podido explicarlo

Librodot Sicopatología de la vida cotidiana Sigmund Freud

5

del mismo modo, esto es, como motivado por represión. Existe aún otro argumento en

favor de la naturaleza típica de nuestro análisis, y es el que, a mi juicio, no pueden

separarse en principio los casos de olvido de nombres con recuerdo erróneo de aqueIlos

otros en que no aparecen nombres sustitutivos equivocados. Estos surgen espontáneamente

en muchos casos, y en los que no, puede forzárselos a emerger por medio de un esfuerzo de

atención, y entonces muestran, con el elemento reprimido y el nombre buscado, iguales

conexiones que si su aparición hubiera sido espontánea. La percepción del nombre

sustitutivo por la consciencia parece estar regulada por dos factores: el esfuerzo de atención

y una determinante interna inherente al material psíquico. Esta última pudiera buscarse en

la mayor o menor facilidad con la que se constituye la necesaria asociación externa entre

los dos elementos. Gran parte de los casos de olvido de nombres sin recuerdo erróneo se

unen de este modo a los casos con formación de nombres sustitutivos en los cuales rige el

mecanismo descubierto en el ejemplo Signorelli.

Sin embargo, no me atreveré a afirmar rotundamente que todos los casos de olvido

de nombres puedan ser incluidos en dicho grupo, pues, sin duda, existen algunos que

presentan un proceso más sencillo. Así, pues, creemos obrar con prudencia exponiendo el

estado de cosas en la siguiente forma: Junto a los sencillos olvidos de nombres propios

aparecen otros motivados por represión.

«Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica)

II. -OLVIDO DE PALABRAS EXTRANJERAS

El léxico usual de nuestro idioma propio parece hallarse protegido del olvido dentro

de los límites de la función normal. No sucede lo mismo con los vocablos de un idioma

extranjero. En éste todas las partes de la oración están igualmente predispuestas a ser

olvidadas. Un primer grado de perturbación funcional se revela ya en la desigualdad de

nuestro dominio sobre una lengua extranjera, según nuestro estado general y el grado de

nuestra fatiga. Este olvido se manifiesta en una serie de casos siguiendo el mecanismo que

el análisis nos ha descubierto en el ejemplo Signorelli. Para demostrarlo expondremos un

solo análisis de un caso de olvido de un vocablo no sustantivo en una cita latina, análisis al

que valiosas particularidades dan un extraordinario interés. Séanos permitido exponer con

toda amplitud y claridad el pequeño suceso.

En el pasado verano reanudé, durante mi viaje de vacaciones, mi trato con un joven

de extensa cultura y que, según pude observar, conocía algunas de mis publicaciones

psicológicas. No sé por qué derroteros llegamos en nuestra conversación a tratar de la

situación social del pueblo a que ambos pertenecemos, y mi interlocutor, que mostraba ser

un tanto ambicioso, comenzó a lamentarse de que su generación estaba, a su juicio,

destinada a la atrofia, no pudiendo ni desarrollar sus talentos ni satisfacer sus necesidades.

Al acabar su exaltado y apasionado discurso quiso cerrarlo con el conocido verso virgiliano

en el cual la desdichada Dido encomienda a la posteridad su venganza sobre Eneas:

Exoriare…; pero le fue imposible recordar con exactitud la cita, e intentó llenar una notoria

laguna que se presentaba en su recuerdo cambiando de lugar las palabras del verso:

Exoriar(e) ex nostris ossibus ultor! (Virgilio). Por último, exclamó con enfado: «No ponga

Librodot Sicopatología de la vida cotidiana Sigmund Freud

6

usted esa cara de burla, como si estuviera gozándose en mi confusión, y ayúdeme un poco.

Algo falta en el verso que deseo citar. ¿Puede usted decírmelo completo?»

En el acto accedí con gusto a ello y dije el verso tal y como es:

-Exoriar(e) aliquis nostris ex ossibus ultor! (`Deja que alguien surja de mis huesos

como vengador'.)

-¡Qué estupidez olvidar una palabra así! Por cierto que usted sostiene que nada se

olvida sin una razón determinante. Me gustaría conocer por qué he olvidado ahora el

pronombre indefinido aliquis.

Esperando obtener una contribución a mi colección de observaciones, acepté en

seguida el reto y respondí:

-Eso lo podemos averiguar en seguida, y para ello le ruego a usted que me vaya

comunicando sinceramente y absteniéndose de toda crítica todo lo que se le ocurre cuando

dirige usted sin intención particular su atención sobre la palabra olvidada.

-Está bien. Lo primero que se me ocurre es la ridiculez de considerar la palabra

dividida en dos partes: a y liquis.

-¿Por qué?

-No lo sé.

-¿Qué más se le ocurre?

-La cosa continúa así: reliquias-licuefacción- fluido-líquido. ¿Averiguó usted algo?

-No; ni mucho menos. Pero siga usted.

-Pienso -prosiguió, riendo con burla- en Simón de Trento, cuyas reliquias vi hace

dos años en una iglesia de aquella ciudad, y luego en la acusación que de nuevo se hace a

los judíos de asesinar a un cristiano cuando llega la Pascua para utilizar su sangre en sus

ceremonias religiosas. Recuerdo después el escrito de Kleinpaul en el que se consideran

estas supuestas víctimas de los judíos como reencarnaciones o nuevas ediciones, por decirlo

así, del Redentor.

-Observará usted que estos pensamientos no carecen de conexión con el tema de que

tratábamos momentos antes de no poder usted recordar la palabra latina aliquis.

-En efecto, ahora pienso en un artículo que leí hace poco en un periódico italiano.

Creo que se titulaba «Lo que dice San Agustín de las mujeres». ¿Qué hace usted con este

dato?

-Por ahora, esperar.

-Ahora aparece algo que seguramente no tiene conexión alguna con nuestro tema…

-Le ruego prescinda de toda crítica y…

-Lo sé, lo sé. Me acuerdo de un arrogante anciano que encontré la semana pasada en

el curso de mi viaje. Un verdadero original. Su aspecto es el de una gran ave de rapiña. Si le

interesa a usted su nombre, le diré que se llama Benedicto.

-Hasta ahora tenemos por lo menos una serie de santos y padres de la Iglesia: San

Simón, San Agustín, San Benedicto y Orígenes. Además, tres de estos nombres son

nombres propios, como también Pablo (Paul), que aparece en Kleinpaul.

Librodot Sicopatología de la vida cotidiana Sigmund Freud

7

-Luego se me viene a las mientes San Jenaro y el milagro de su sangre… creo que

esto sigue ya mecánicamente.

-Déjese usted de observaciones. San Jenaro y San Agustín tienen una relación en el

calendario. ¿Quiere usted recordarme en qué consiste el milagro de la sangre de San

Jenaro?

-Lo conocerá usted seguramente. En una iglesia de Nápoles se conserva en una

ampolla de cristal la sangre de San Jenaro. Esta sangre se licua milagrosamente todos los

años en determinado día festivo. El pueblo se interesa mucho por este milagro y

experimenta gran agitación cuando se retrasa, como sucedió una vez durante una ocupación

francesa. Entonces, el general que mandaba las tropas, o no sé si estoy equivocado y fue

Garibaldi, llamó aparte a los sacerdotes, y mostrándoles con gesto significativo los soldados

que ante la iglesia había apostado, dijo que esperaba que el milagro se produciría en

seguida, y, en efecto, se produ…

-Siga usted. ¿Por qué se detiene?

-Es que en este instante recuerdo algo que… Pero es una cosa demasiado íntima

para comunicársela a nadie. Además, no veo que tenga conexión ninguna con nuestro

asunto ni que haya necesidad de contarla…

-El buscar la conexión es cosa mía. Claro que no puedo obligarle a contarme lo que

a usted le sea penoso comunicar a otra persona; pero entonces no me pida usted que le

explique por qué ha olvidado la palabra aliquis.

-¿De verdad? Le diré, pues, que de pronto he pensado en una señora de la cual

podría fácilmente recibir una noticia sumamente desagradable para ella y para mí.

-¿Que le ha faltado este mes la menstruación?

-¿Cómo ha podido usted adivinarlo?

-No era difícil. Usted mismo me preparó muy bien el camino. Piense usted en los

santos del calendario, la licuefacción de la sangre en un día determinado, la inquietud

cuando el suceso no se produce, la expresiva amenaza de que el milagro tiene que realizarse

o que si no… Ha transformado usted el milagro de San Jenaro en un magnífico símbolo del

período de la mujer.

-Pero sin darme en absoluto cuenta de ello. ¿Y cree usted que realmente mi

temerosa expectación ha sido la causa de no haber logrado reproducir la palabra aliquis?

-Me parece indudable. Recuerde usted la división que de ella hizo en a y liquis y

luego las asociaciones: reliquias, licuefacción, líquido. ¿Debo también entretejer en estas

asociaciones el recuerdo de Simón de Trento, sacrificado en su primera infancia?

-Más vale que no lo haga usted. Espero que no tome usted en serio esos

pensamientos, si es que realmente los he tenido. En cambio, le confesaré que la señora en

cuestión es italiana y que visité Nápoles en su compañía. Pero ¿no puede ser todo ello una

pura casualidad?

-Dejo a su juicio el determinar si toda esa serie de asociaciones puede explicarse por

la intervención de la casualidad. Mas lo que sí le advierto es que todos y cada uno de los

casos semejantes que quiera usted someter al análisis le conducirán siempre al

descubrimiento de «casualidades» igualmente extrañas.

Librodot Sicopatología de la vida cotidiana Sigmund Freud

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Estamos muy agradecidos a nuestro compañero de viaje por su autorización para

hacer público uso de este pequeño análisis, que estimamos en mucho, dado que en él

pudimos utilizar una fuente de observación cuyo acceso nos está vedado de ordinario. En la

mayoría de los casos nos vemos obligados a poner como ejemplos de aquellas

perturbaciones psicológicas de las funciones en el curso de la vida cotidiana que aquí

reunimos, observaciones verificadas en nuestra propia persona, pues evitamos servirnos del

rico material que nos ofrecen los enfermos neuróticos que a nosotros acuden, por temor a

que se nos objete que los fenómenos que expusiéramos eran consecuencias y

manifestaciones de la neurosis. Es, por tanto, de gran valor para nuestros fines el que se

ofrezca como objeto de tal investigación una persona fuera de nosotros y mentalmente sana.

El análisis que acabamos de exponer es, además, de gran importancia, considerado desde

otro punto de vista. Aclara, en efecto, un caso de olvido de una palabra sin recuerdos

sustitutivos y confirma nuestra anterior afirmación de que la emergencia o la falta de

recuerdos sustitutivos equivocados no puede servir de base para establecer una

diferenciación esencial.

El principal valor del ejemplo aliquis reside, sin embargo, en algo distinto de su

diferencia con el caso Signorelli. En este último la reproducción del nombre se vio

perturbada por los efectos de una serie de pensamientos que había comenzado a

desarrollarse poco tiempo antes y que fue interrumpida de repente, pero cuyo contenido no

estaba en conexión con el nuevo tema, en el cual estaba incluido el nombre Signorelli.

Entre el tema reprimido y el del nombre olvidado existía tan sólo una relación de

contigüidad temporal, y ésta era suficiente para que ambos temas pudieran ponerse en

contacto por medio de una asociación externa. En cambio, en el ejemplo aliquis no se

observa huella ninguna de tal tema, independiente y reprimido, que, habiendo ocupado el

pensamiento consciente inmediatamente antes, resonara después, produciendo una

perturbación. El trastorno de la reproducción surge aquí del interior del tema tratado y a

causa de una contradicción inconsciente, que se alza frente al deseo expresado en la cita

latina. El orador, después de lamentarse de que la actual generación de su patria sufriera, a

su juicio, una disminución de sus derechos, profetizó, imitando a Dido, que la generación

siguiente llevaría a cabo la venganza de los oprimidos. Por tanto, había expresado su deseo

de tener descendencia. Pero en el mismo momento se interpuso un pensamiento

contradictorio: «En realidad, ¿deseas tan vivamente tener descendencia? Eso no es cierto.

¡Cuál no sería tu confusión si recibieras la noticia de que estabas en camino de obtenerla en

la persona que tú sabes! No, no; nada de descendencia, aunque sea necesario para nuestra

venganza.» Esta contradicción muestra su influencia haciendo posible, exactamente como

en el ejemplo Signorelli, una asociación externa entre uno de sus elementos de

representación y un elemento del deseo contradicho, lográndolo en este caso de un modo

altamente violento y por medio de un rodeo asociativo, aparentemente artificioso. Una

segunda coincidencia esencial con el ejemplo Signorelli resulta del hecho de provenir la

contradicción de fuentes reprimidas y partir de pensamientos que motivarían una

desviación de la atención. Hasta aquí hemos tratado de la diferencia e interno parentesco de

los dos paradigmas del olvido de nombres. Hemos aprendido a conocer un segundo

mecanismo del olvido: la perturbación de un pensamiento por una contradicción interna

proveniente de lo reprimido. En el curso de estas investigaciones volveremos a hallar

repetidas veces este hecho, que nos parece el más fácilmente comprensible.

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