CATEDRA DE TEORÍA PSICOANALÍTICA

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EL APARATO PSÍQUICO 

Sigmund Freud

LO INCONSCIENTE

I. Justificación de lo inconsciente

            Desde muy diversos sectores se nos ha discutido el derecho de aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente y de laborar científicamente con esta hipótesis. Contra esta opinión podemos argüir, que la hipótesis de la existencia de lo inconsciente es necesaria y legítima, y además, que poseemos múltiples pruebas de su exactitud. Es necesaria, porque los datos de la conciencia son altamente incompletos. Tanto en los sanos como en los enfermos, surgen con frecuencia, actos psíquicos, cuya explicación presupone otros de los que la conciencia no nos ofrece testimonio alguno. Actos de este género son, no sólo los fallos y los sueños de los individuos sanos, sino también todos aquellos que calificamos de síntomas y de fenómenos obsesivos en los enfermos.

  

            Nuestra cotidiana experiencia personal nos muestra ocurrencias, cuyo origen desconocemos, y resultados de procesos mentales, cuya elaboración ignoramos. Todos estos actos conscientes resultarán faltos de sentido y coherencia si mantenemos la teoría de que la totalidad de nuestros actos psíquicos ha de sernos dada a conocer por nuestra conciencia y, en cambio, quedarán ordenados dentro de un conjunto coherente e inteligible si interpolamos entre ellos los actos inconscientes, deducidos. Esta adquisición de sentido y coherencia constituye, de por sí, motivo justificado para traspasar los límites de la experiencia directa. Y si luego comprobamos, que tomando como base la existencia de un psiquismo inconsciente podemos estructurar una actividad eficacísima, por medio de la cual influímos adecuadamente sobre el curso de los procesos conscientes, tendremos una prueba irrebatible de la exactitud de nuestra hipótesis. Habremos de situarnos, entonces, en el punto de vista de que no es sino una pretensión insostenible el exigir que todo lo que sucede en lo psíquico haya de ser conocido a la conciencia.

  

            También podemos aducir, en apoyo de la existencia de un estado psíquico inconsciente, el hecho de que la conciencia sólo integra en un momento dado, un limitado contenido, de manera que la mayor parte de aquello que denominamos conocimiento consciente tiene que hallarse, de todos modos, durante extensos períodos, en estado de latencia, vale decir, en un estado de inconsciencia psíquica. La negación de lo inconsciente resulta incomprensible en cuanto volvemos la vista a todos nuestros recuerdos latentes. Se nos opondrá aquí la objeción de que estos recuerdos latentes no pueden ser considerados como psíquicos, sino que corresponden a restos de procesos somáticos, de los cuales puede volver a surgir lo psíquico. No es difícil argüir a esta objeción, que el recuerdo latente es, por lo contrario, un indudable residuo de un proceso psíquico. Pero es aún más importante darse cuenta de que la objeción discutida reposa en una asimilación de lo consciente a lo psíquico. Y esta asimilación es, o una petición de principio, que no deja lugar a la interrogación de si todo lo psíquico tiene también que ser consciente, o una pura convención. En este último caso resulta, como toda convención, irrebatible, y sólo nos preguntamos si resulta en realidad tan útil y adecuada, que hayamos de agregarnos a ella. Pero podemos afirmar, que la equiparación de lo psíquico con lo consciente es por completo inadecuada. Destruye las continuidades psíquicas, nos sume en las insolubles dificultades del paralelismo psicofísico, sucumbe al reproche de exagerar sin fundamento alguno la misión de la conciencia, y nos obliga a abandonar prematuramente el terreno de la investigación psicológica, sin ofrecernos compensación ninguna en otros sectores.

  

            Por otra parte, es evidente que la discusión de si hemos de considerar como estados anímicos inconscientes o como estados físicos los estados latentes de la vida anímica, amenaza convertirse en una mera cuestión de palabras. Así, pues, es aconsejable situar en primer término aquello que de la naturaleza de tales estados nos es seguramente conocido. Ahora bien los caracteres físicos de estos estados nos son totalmente inaccesibles; ninguna representación fisiológica ni ningún proceso químico pueden darnos una idea de su esencia. En cambio, es indudable que representan amplio contacto con los procesos anímicos conscientes. Una cierta elaboración permite incluso transformarnos en tales procesos o sustituirlos por ellos y pueden ser descritos por medio de todas las categorías que aplicamos a los actos psíquicos conscientes tales como representaciones, tendencias, decisiones, etc. De muchos de estos estados podemos incluso decir, que sólo la ausencia de la conciencia los distingue de los conscientes. No vacilaremos, pues, en considerarlos como objetos de la investigación psicológica, íntimamente relacionados con los actos psíquicos conscientes.

  

            La tenaz negativa a admitir el carácter psíquico de los actos anímicos latentes se explica por el hecho de que la mayoría de los fenómenos de referencia no han sido objeto de estudio fuera del psicoanálisis. Aquellos que desconociendo los hechos patológicos, consideran como casualidad los actos fallidos y se agregan a la antigua opinión de que «los sueños son vana espuma», no necesitan ya sino pasar por alto algunos enigmas de la psicología de la conciencia, para poder ahorrarse el reconocimiento de una actividad psíquica inconsciente. Además, los experimentos hipnóticos, y especialmente la sugestión posthipnótica, demostraron ya, antes del nacimiento del psicoanálisis, la existencia y la actuación de lo anímico inconsciente.

  

            La aceptación de lo inconsciente es además perfectamente legítima, en tanto en cuanto al establecerla no nos hemos separado un ápice de nuestro método deductivo, que consideramos correcto. La conciencia no ofrece al individuo más que el conocimiento de sus propios estados anímicos. La afirmación de que también los demás hombres poseen una conciencia es una conclusión que deducimos «per analogiam», basándonos en sus actos y manifestaciones perceptibles y con el fin de hacernos comprensible su conducta. (Más exacto, psicológicamente, será decir que atribuimos a los demás, sin necesidad de una reflexión especial, nuestra propia constitución, y, por lo tanto, también nuestra conciencia, y que esta identificación es la premisa de nuestra comprensión.) Esta conclusión -o esta identificación- hubo de extenderse antiguamente desde el Yo, no sólo a los demás hombres, sino también a los animales, plantas, objetos inanimados y al mundo en general, y resultó utilizable mientras la analogía con el Yo individual fue suficientemente amplia, dejando luego de ser adecuada conforme «lo demás» fue separándose del Yo. Nuestra crítica actual duda en lo que respecta a la conciencia de los animales, la niega a las plantas y relega al misticismo la hipótesis de una conciencia de lo inanimado. Pero también allí donde la tendencia originaria a la identificación ha resistido el examen crítico, esto es, en nuestros semejantes, la aceptación de una conciencia reposa en una deducción y no en una irrebatible experiencia directa como la de nuestro propio psiquismo consciente.

  

            El psicoanálisis no exige sino que apliquemos también este procedimiento deductivo a nuestra propia persona, labor en cuya realización no nos auxilia, ciertamente, tendencia constitucional alguna. Procediendo así, hemos de convenir en que todos los actos y manifestaciones que en nosotros advertimos, sin que sepamos enlazarlos con el resto de nuestra vida activa, han de ser considerados como si pertenecieran a otra persona y deben ser explicados por una vida anímica a ella atribuida. La experiencia muestra también que, cuando se trata de otras personas, sabemos interpretar muy bien, esto es, incluir en la coherencia anímica, aquellos mismos actos a los que negamos el reconocimiento psíquico cuando se trata de nosotros mismos. La investigación es desviada, pues, de la propia persona, por un obstáculo especial, que impide su exacto conocimiento.

  

            Este procedimiento deductivo aplicado no sin cierta resistencia interna, a nuestra propia persona, no nos lleva al descubrimiento de un psiquismo inconsciente sino a la hipótesis de una segunda conciencia reunida en nosotros, a la que nos es conocida. Pero contra esta hipótesis hallamos en seguida justificadísimas objeciones. En primer lugar, una conciencia de la que nada sabe el propio sujeto, es algo muy distinto de una conciencia ajena, y ni siquiera parece indicado entrar a discutirla, ya que carece del principal carácter de tal. Aquellos que se han resistido a aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente, menos podrán admitir la de una conciencia inconsciente. Pero además, nos indica el análisis, que los procesos anímicos latentes deducidos, gozan entre sí de una gran independencia, pareciendo no hallarse relacionados ni saber nada unos de otros. Así, pues, habríamos de aceptar no sólo una segunda conciencia, sino toda una serie ilimitada de estados de conciencia, ocultos a nuestra percatación e ignorados unos a otros. Por último, ha de tenerse en cuenta -y éste es el argumento de más peso- que según nos revela la investigación psicoanalítica, una parte de tales procesos latentes posee caracteres y particularidades que nos parecen extraños, increíbles y totalmente opuestos a las cualidades por nosotros conocidas, de la conciencia. Todo esto nos hace modificar la conclusión del procedimiento deductivo que hemos aplicado a nuestra propia persona, en el sentido de no admitir ya en nosotros la existencia de una segunda conciencia, sino la de actos carentes de conciencia. Asimismo, habremos de rechazar, por ser incorrecto y muy susceptible de inducir en error, el término «subconciencia». Los casos conocidos de«double conscience» (disociación de la conciencia) no prueban nada contrario a nuestra teoría, pudiendo ser considerados como casos de disociación de las actividades psíquicas en dos grupos, hacia los cuales se orienta alternativamente la conciencia.

  

            El psicoanálisis nos obliga, pues, a afirmar, que los procesos psíquicos son inconscientes y a comparar su percepción por la conciencia con la del mundo exterior por los órganos sensoriales. Esta comparación nos ayudará, además, a ampliar nuestros conocimientos. La hipótesis psicoanalítica de la actividad psíquica inconsciente, constituye, en un sentido, una continuación del animismo, que nos mostraba por doquiera, fieles imágenes de nuestra conciencia, y en otro, la de la rectificación llevada a cabo por Kant, de la teoría de la percepción externa. Del mismo modo que Kant nos invitó a no desatender la condicionalidad subjetiva de nuestra percepción y a no considerar nuestra percepción idéntica a lo percibido incognoscible, nos invita el psicoanálisis a no confundir la percepción de la conciencia con el proceso psíquico inconsciente, objeto de la misma. Tampoco lo psíquico necesita ser en realidad tal como lo percibimos. Pero hemos de esperar que la rectificación de la percepción interna no oponga tan grandes dificultades como la de la externa y que el objeto interior sea menos incognoscible que el mundo exterior.

  

  

II. La multiplicidad de sentido de lo inconsciente y el punto de vista tópico

  

            Antes de continuar, queremos dejar establecido el hecho, tan importante como espinoso, de que la inconsciencia no es sino uno de los múltiples caracteres de lo psíquico, no bastando, pues, por sí solo, para formar su característica. Existen actos psíquicos de muy diversa categoría, que, sin embargo, coinciden en el hecho de ser inconscientes. Lo inconsciente comprende, por un lado actos latentes y temporalmente inconscientes, que fuera de esto, en nada se diferencian de los conscientes, y por otro, procesos tales como los reprimidos, que si llegaran a ser conscientes presentarían notables diferencias con los demás de este género.

  

            Si en la descripción de los diversos actos psíquicos pudiéramos prescindir por completo de su carácter consciente o inconsciente, y clasificarlos atendiendo únicamente a su relación con los diversos instintos y fines, a su composición y a su pertenencia a los distintos sistemas psíquicos subordinados unos a otros, lograríamos evitar todo error de interpretación. Pero no siéndonos posible proceder en esta forma, por oponerse a ello varias e importantes razones, habremos de resignarnos al equívoco que ha de representar el emplear los términos «consciente» e «inconsciente» en sentido descriptivo unas veces, y otras, cuando sean expresión de la pertenencia a determinados sistemas y de la posesión de ciertas cualidades, en sentido sistemático. También podríamos intentar evitar la confusión, designando los sistemas psíquicos reconocidos, con nombres arbitrarios que no aludiesen para nada a la conciencia. Pero antes de hacerlo así, habríamos de explicar en qué fundamos la diferenciación de los sistemas, y en esta explicación nos sería imposible eludir el conocimiento, que constituye el punto de partida de todas nuestras investigaciones. Nos limitaremos, pues, a emplear un sencillo medio auxiliar consistente en sustituir, respectivamente, los términos «conciencia» e «inconsciente», por las fórmulas Cc. e Inc., siempre que usemos estos términos en sentido sistemático.

  

            Pasando ahora a la exposición positiva, afirmaremos que según nos demuestra el psicoanálisis, un acto psíquico pasa generalmente por dos estados o fases, entre los cuales se halla intercalada una especie de examen (censura). En la primera fase, es inconsciente y pertenece al sistema Inc. Si al ser examinado por la censura es rechazado, le será negado el paso a la segunda fase, lo calificaremos de «reprimido» y tendrá que permanecer inconsciente. Pero si sale triunfante del examen, pasará a la segunda fase y a pertenecer al segundo sistema, o sea al que hemos convenido en llamar sistema Cc. Sin embargo, su relación con la conciencia no quedará fijamente determinada por tal pertenencia. No es todavía consciente, pero sí capaz de conciencia (según la expresión de J. Breuer). Quiere esto decir, que bajo determinadas condiciones, puede llegar a ser sin que a ello se oponga resistencia especial alguna, objeto de la conciencia. Atendiendo a esta capacidad de conciencia, damos también al sistema Cc. el nombre de «preconciente». Si más adelante resulta que también el acceso de lo preconciente a la conciencia se halla codeterminado por una cierta censura, diferenciaremos más precisamente entre sí los Prec. y Cc. Mas por lo pronto, nos bastará retener que el sistema Prec. comparte las cualidades del sistema Cc. y que la severa censura ejerce sus funciones en el paso desde el Inc. al Prec. (o Cc.).

  

            Con la aceptación de estos (dos o tres) sistemas psíquicos, se ha separado el psicoanálisis un paso más de la psicología descriptiva de la conciencia, planteándose un nuevo acervo de problemas y adquiriendo un nuevo contenido. Hasta aquí se distinguía principalmente de la psicología por su concepción dinámica de los procesos anímicos, a la cual viene a agregarse ahora su aspiración a atender también a la tópica psíquica y a indicar dentro de qué sistema o entre qué sistemas se desarrolla un acto psíquico cualquiera. Esta aspiración ha valido al psicoanálisis el calificativo de psicología de las profundidades (Tiefenpsychologie). Más adelante hemos de ver cómo todavía integra otro interesantísimo punto de vista.

  

            Si queremos establecer seriamente una tópica de los actos anímicos, habremos de comenzar por resolver una duda que en seguida se nos plantea. Cuando un acto psíquico (limitándonos aquí a aquellos de la naturaleza de una representación), pasa del sistema Inc. al sistema Cc. ¿hemos de suponer que con este paso se halla enlazada una nueva fijación, o como pudiéramos decir, una segunda inscripción de la representación de que se trate, inscripción que de este modo podrá resultar integrada en una nueva localidad psíquica, y junto a la cual continúa existiendo la primitiva inscripción inconsciente? ¿O será más exacto admitir que el paso de un sistema a otro consiste en un cambio de estado, que tiene efecto en el mismo material y en la misma localidad? Esta pregunta puede parecer abstrusa, pero es obligado plantearla si queremos formarnos una idea determinada de la tópica psíquica, esto es, de la tercera dimensión psíquica. Resulta difícil de contestar, porque va más allá de lo puramente psicológico y entra en las relaciones del aparato anímico con la anatomía. La investigación científica ha demostrado irrebatiblemente la existencia de tales relaciones, mostrando que la actividad anímica se halla enlazada a la función del cerebro como a ningún otro órgano. Más allá todavía -y aún no sabemos cuánto-, nos lleva al descubrimiento del valor desigual de las diversas partes del cerebro y sus particulares relaciones con partes del cuerpo y actividades espirituales determinadas. Pero todas las tentativas realizadas para fijar, partiendo del descubrimiento antes citado, una localización de los procesos anímicos, y todos los esfuerzos encaminados a imaginar almacenadas las representaciones en células nerviosas, y trasmitidos los estímulos a lo largo de fibras nerviosas, han fracasado totalmente. Igual suerte correría una teoría que fijase el lugar anatómico del sistema Cc., o sea de la actividad anímica consciente en la corteza cerebral, y transfiriese a las partes subcorticales del cerebro los procesos inconscientes. Existe aquí una solución de continuidad, cuya supresión no es posible llevar a cabo, por ahora, ni entra tampoco en los dominios de la psicología. Nuestra tópica psíquica no tiene, de momento, nada que ver con la anatomía, refiriéndose a regiones del aparato anímico, cualquiera que sea el lugar que ocupen en el cuerpo, y no a localidades anatómicas.

  

            Nuestra labor, en este aspecto es de completa libertad y puede proceder conforme vayan marcándoselo sus necesidades. De todos modos, no deberemos olvidar que nuestras hipótesis no tienen, en un principio, otro valor que el de simples esquemas aclaratorios. La primera de las dos posibilidades que antes expusimos, o sea la de que la fase consciente de la representación significa una nueva inscripción de la misma en un lugar diferente, es, desde luego, la más grosera, pero también la más cómoda. La segunda hipótesis, o sea la de un cambio de estado meramente funcional, es desde un principio más verosímil, pero menos plástica y manejable. Con la primera hipótesis -tópica- aparecen enlazadas la de una separación tópica de los sistemas Inc. y Cc., y la posibilidad de que una representación exista simultáneamente en dos lugares del aparato psíquico, e incluso pase regularmente del uno al otro, sin perder, eventualmente, su primera residencia o inscripción.

  

            Esto parece extraño, pero podemos alegar en su apoyo determinadas impresiones que recibimos durante la práctica psicoanalítica. Cuando comunicamos a un paciente una representación por él reprimida en su día y adivinada por nosotros, esta revelación no modifica en nada, al principio, su estado psíquico. Sobre todo, no levanta la represión ni anula sus efectos, como pudiera esperarse, dado que la representación antes inconsciente ha devenido consciente. Por el contrario, sólo se consigue al principio una nueva repulsa de la representación reprimida. Pero el paciente posee ya, efectivamente, en dos distintos lugares de su aparato anímico y bajo dos formas diferentes, la misma representación. Primeramente posee el recuerdo consciente de la huella auditiva de la representación tal y como se la hemos comunicado, y además tenemos la seguridad de que lleva en sí, bajo su forma primitiva, el recuerdo inconsciente del suceso de que se trate. El levantamiento de la represión no tiene efecto, en realidad, hasta que la representación consciente entra en contacto con la huella mnémica inconsciente después de haber vencido las resistencias. Sólo el acceso a la conciencia de dicha huella mnémica inconsciente puede acabar con la represión. A primera vista parece esto demostrar que la representación consciente y la inconsciente son diversas inscripciones, tópicamente separadas, del mismo contenido. Pero una reflexión más detenida nos prueba que la identidad de la comunicación con el recuerdo reprimido del sujeto es tan sólo aparente. El haber oído algo y el haberlo vivido, son dos cosas de naturaleza psicológica totalmente distinta, aunque posean igual contenido.

  

            No nos es factible, de momento, decidir entre las dos posibilidades indicadas. Quizá más adelante hallemos factores que nos permitan tal decisión, o descubramos que nuestro planteamiento de la cuestión ha sido insuficiente y que la diferenciación de las representaciones consciente e inconsciente ha de ser determinada en una forma completamente distinta.

  

  

III. Sentimientos inconscientes

  

            Habiendo limitado nuestra discusión a las representaciones, podemos plantear ahora una nueva interrogación, cuya respuesta ha de contribuir al esclarecimiento de nuestras opiniones teóricas. Dijimos que había representaciones conscientes e inconscientes. ¿Existirán también impulsos instintivos, sentimientos y sensaciones inconscientes, o carecerá de todo sentido aplicar a tales elementos dichos calificativos?

            A mi juicio, la antítesis de «consciente» e «inconsciente» carece de aplicación al instinto. Un instinto no puede devenir nunca objeto de la conciencia. Únicamente puede serlo la idea que lo representa. Pero tampoco en lo consciente puede hallarse representado más que por una idea. Si el instinto no se enlazara a una idea ni se manifestase como un estado afectivo, nada podríamos saber de él. Así, pues, cuando empleando una expresión inexacta, hablamos de impulsos instintivos, inconscientes o reprimidos no nos referimos sino a impulsos instintivos, cuya representación ideológica es inconsciente.

  

            Pudiera creerse igualmente fácil, dar respuesta a la pregunta de si, en efecto, existen sensaciones, sentimientos y afectos inconscientes. En la propia naturaleza de un sentimiento, está el ser percibido, o sea, conocido por la conciencia. Así, pues, los sentimientos, sensaciones y afectos, carecerían de toda posibilidad de inconsciencia. Sin embargo, en la práctica psicoanalítica, acostumbramos a hablar de amor, odio y cólera inconscientes, e incluso empleamos la extraña expresión de «conciencia inconsciente de la culpa», o la paradójica de «miedo inconsciente». Habremos, pues, de preguntarnos, si con estas expresiones no cometemos una inexactitud mucho más importante que la de hablar de «instintos inconscientes».

  

            Pero la situación es, aquí, completamente distinta. Puede suceder, en primer lugar, que un afecto o sentimiento sea percibido, pero erróneamente interpretado. Por la represión de su verdadera representación, se ha visto obligado a enlazarse a otra idea, y es considerado, entonces, por la conciencia, como una manifestación de esta última. Cuando reconstituimos el verdadero enlace, calificamos de «inconsciente» el sentimiento primitivo, aunque su afecto no fue nunca inconsciente y sólo su representación sucumbió al proceso represivo. El uso de las expresiones «afecto inconsciente» y «sentimiento inconsciente», se refiere, en general, a los destinos que la represión impone al factor cuantitativo del movimiento instintivo. (Véase nuestro estudio de la represión). Sabemos que tales testimonios son en número de tres: el afecto puede perdurar total o fragmentariamente como tal; puede experimentar una transformación en otro montante de afecto, cualitativamente distinto, sobretodo en angustia, o puede ser reprimido, esto es, coartado en su desarrollo. (Estas posibilidades pueden estudiarse más fácilmente quizá, en la elaboración onírica, que en las neurosis). Sabemos también, que la coerción del desarrollo de afecto es el verdadero fin de la represión, y que su labor queda incompleta cuando dicho fin no es alcanzado. Siempre que la represión consigue impedir el desarrollo de afecto, llamamos inconscientes a todos aquellos afectos que reintegramos a su lugar al deshacer la labor represiva. Así, pues, no puede acusársenos de inconsecuentes en nuestro modo de expresarnos. De todas maneras, al establecer un paralelo con la representación inconsciente surge la importante diferencia de que dicha representación perdura, después de la represión y en calidad de producto real, en el sistema Inc., mientras que al afecto inconsciente, sólo corresponde, en este sistema, una posibilidad de agregación, que no pudo llegar a desarrollarse. Así, pues, aunque nuestra forma de expresión sea irreprochable, no hay estrictamente hablando, afectos inconscientes, como hay representaciones inconscientes. En cambio, puede haber muy bien en el sistema Inc. productos afectivos que, como otros, llegan a ser conscientes. La diferencia procede, en su totalidad, de que las representaciones son cargas psíquicas y en el fondo cargas de huellas mientras que los afectos y los sentimientos corresponden a procesos de descarga cuyas últimas manifestaciones son percibidas como sensaciones. En el estado actual de nuestro conocimiento de los afectos y sentimientos no podemos expresar más claramente esta diferencia.

  

            La comprobación de que la represión puede llegar a coartar la transformación del impulso instintivo en una manifestación afectiva, presenta para nosotros un particular interés. Nos revela, en efecto, que el sistema Cc. regula normalmente la afectividad y el acceso a la motilidad, y eleva el valor de la represión, mostrándonos, que no sólo excluye de la conciencia a lo reprimido, sino que le impide también provocar el desarrollo de afecto y estimular la actividad muscular. Invirtiendo nuestra exposición, podemos decir que mientras el sistema Cc. regula la afectividad y la motilidad, calificamos de normal el estado psíquico de un individuo. Sin embargo, no puede ocultársenos una cierta diferencia entre las relaciones del sistema dominante con cada uno de los dos actos afines de descarga. En efecto, el dominio de la motilidad contingente por el sistema Cc. se halla firmemente arraigado; resiste los embates de la neurosis y sólo sucumbe ante la psicosis. En cambio, el dominio que dicho sistema ejerce sobre el desarrollo de afecto, es mucho menos consistente. Incluso en la vida normal, puede observarse una constante lucha de los sistemas Cc. e Inc., por el dominio de la afectividad, delimitándose determinadas esferas de influencia y mezclándose las energías actuantes.

  

            La significación del sistema Cc. (Prec.) con respecto al desarrollo de afecto y a la acción, nos descubre la de la representación sustitutiva en la formación de la enfermedad. El desarrollo de afecto puede emanar directamente del sistema Inc., y en este caso, tendrá siempre el carácter de angustia, la cual es la sustitución regular de los afectos reprimidos. Pero con frecuencia, el impulso instintivo tiene que esperar a hallar en el sistema Cc. una representación sustitutiva, y entonces se hace posible el desarrollo de afecto, partiendo de dicha sustitución consciente cuya naturaleza marcará al afecto su carácter cualitativo.

  

            Hemos afirmado que en la represión queda separado el afecto, de su representación, después de lo cual, sigue cada uno de estos elementos su destino particular. Esto es indiscutible desde el punto de vista descriptivo, pero, en realidad, el afecto no surge nunca hasta después de conseguida una nueva representación en el sistema Cc.

  

  

IV. Tópica y dinámica de la represión

  

            Hemos llegado a la conclusión de que la represión es un proceso que recae sobre representaciones y se desarrolla en la frontera entre los sistemas Inc. y Cc. (Prec.) Vamos ahora a intentar describirlo más minuciosamente. Tiene que efectuarse en él una sustracción de carga psíquica, pero hemos de preguntarnos en qué sistema se lleva a cabo esta sustracción y a qué sistema pertenece la carga substraída.

  

            La representación reprimida conserva en el sistema Inc., su capacidad de acción; debe, pues, conservar también su carga. Por lo tanto, lo substraído habrá de ser algo distinto. Tomemos el caso de la represión propiamente dicha, tal y como se desarrolla en una representación preconciente o incluso consciente. En este caso, la represión no puede consistir sino en que la carga (pre) consciente, perteneciente al sistema Prec., es substraída a la representación. Ésta queda entonces descargada, recibe una carga emanada del sistema Inc., o conserva la carga Inc. que antes poseía. Así, pues, hallamos, aquí, una sustracción de la carga preconciente, una conservación de la inconsciente, o una sustitución de la primera por la segunda. Vemos, además, que hemos basado, sin intención aparente, esta observación, en la hipótesis de que el paso desde el sistema Inc. a otro inmediato, no sucede por una nueva inscripción, sino por un cambio de estado, o sea, en este caso, por una transformación de la carga. La hipótesis funcional ha derrotado aquí, sin esfuerzo, a la tópica.

  

            Este proceso de la sustracción de la libido, no es, sin embargo, suficiente, para explicarnos otro de los caracteres de la represión. No comprendemos por qué la representación que conserva su carga o recibe otra nueva, emanada del sistema Inc., no habría de renovar la tentativa de penetrar en el sistema Prec., valiéndose de su carga. Habría, pues, de repetirse en ella, la sustracción de libido, y este juego continuaría indefinidamente, pero sin que su resultado fuese el de la represión. Este mecanismo de la sustracción de la carga preconciente fallaría también si se tratase de la represión primitiva, pues en ella nos encontramos ante una representación inconsciente, que no ha recibido aún carga ninguna del sistema Prec. y a la que, por lo tanto, no puede serle substraída una tal carga.

  

            Necesitaríamos, pues, aquí, de otro proceso, que en el primer caso, mantuviese la represión, y en el segundo, cuidase de constituirla y conservarla, proceso que no podemos hallar sino admitiendo una contracarga por medio de la cual se protege el sistema Prec. contra la presión de la representación inconsciente. En diversos ejemplos clínicos, veremos cómo se manifiesta esta contracarga, que se desarrolla en el sistema Prec. y constituye, no sólo la representación del continuado esfuerzo de una represión primitiva, sino también la garantía de su duración. La contracarga es el único mecanismo de la represión primitiva. En la represión propiamente dicha, se agrega a él la sustracción de la carga Prec. Es muy posible, que precisamente la carga substraída a la representación sea la empleada para la contracarga.

  

            Poco a poco, hemos llegado a introducir, en la exposición de los fenómenos psíquicos, un tercer punto de vista, agregando, así, al dinámico y al tópico, el económico, el cual aspira a perseguir los destinos de las magnitudes de excitación y a establecer una estimación, por lo menos relativa, de los mismos. Considerando conveniente distinguir con un nombre especial, este último sector de la investigación psicoanalítica, denominaremos «metapsicológica» a aquella exposición en la que consigamos describir un proceso psíquico conforme a sus relaciones dinámicas, tópicas y económicas. Anticiparemos, que dado el estado actual de nuestros conocimientos, sólo en algunos lugares aislados, conseguiremos desarrollar una tal exposición.

  

            Comenzaremos por una tímida tentativa de llevar a cabo una descripción metapsicológica del proceso de la represión en las tres neurosis de transferencia conocidas. En ella, podemos sustituir el término «carga psíquica» por el de «libido», pues sabemos ya, que dichas neurosis dependen de los destinos de los instintos sexuales.

            En la histeria de angustia, se desatiende, con frecuencia, una primera fase del proceso, perfectamente visible, sin embargo, para un observador cuidadoso. Consiste esta fase en que la angustia surge sin que se haya percibido el objeto que la origina. Hemos de suponer, pues, que en el sistema Inc. existía un sentimiento erótico, que aspiraba a pasar al sistema Prec., pero la carga de que tal sentimiento fue objeto, por parte de este sistema, se retiró de él, como en un intento de fuga, y la carga inconsciente de libido de la representación rechazada fue derivada en forma de angustia.

  

            Al repetirse, eventualmente, el proceso, se dio un primer paso hacia el vencimiento del penoso desarrollo de angustia. La carga en fuga pasó a una representación sustitutiva, asociativamente enlazada a la representación rechazada, pero substraída, por su alejamiento de ella, a la represión (sustitución por desplazamiento) y permitió una racionalización del desarrollo de angustia, aún incoercible. La representación sustitutiva desempeña entonces, para el sistema Cc., (Prec.), el papel de una contracarga, asegurándolo contra la emergencia de la representación reprimida, en el sistema Cc., y constituyendo, por otro lado, el punto de partida de un desarrollo de angustia, incoercible ya. La observación clínica nos muestra, por ejemplo, que el niño enfermo de zoofobia siente angustia en dos distintas condiciones: primeramente, cuando el impulso erótico reprimido experimenta una intensificación, y en segundo lugar, cuando es percibido el animal productor de angustia. La representación sustitutiva se conduce en el primer caso, como un lugar de transición desde el sistema Inc. al sistema Cc., y en el otro, como una fuente independiente de la génesis de angustia. La extensión del dominio del sistema Cc. suele manifestarse en que la primera forma de excitación de la representación sustitutiva deja su lugar, cada vez más ampliamente, a la segunda. El niño acaba, a veces, por conducirse como si no entrañara inclinación ninguna hacia su padre, se hubiese libertado de él en absoluto, y tuviera realmente miedo al animal. Pero este miedo, alimentado por la fuente instintiva inconsciente, se muestra superior a todas las influencias emanadas del sistema Cc. y delata, de este modo, tener su origen en el sistema Inc.

  

            La contracarga emanada del sistema Cc. lleva, pues, en la segunda fase de la histeria de angustia, a la formación de un sustitutivo.

                        Este mismo mecanismo encuentra poco después una distinta aplicación. Como ya sabemos, el proceso represivo no termina aquí, y encuentra un segundo fin en la coerción del desarrollo de angustia emanado de la sustitución. Esto sucede en la siguiente forma: todos los elementos que rodean a la representación sustitutiva y se hallan asociados con ella, reciben una carga psíquica de extraordinaria intensidad, que les confiere una especial sensibilidad. De este modo, la excitación de cualquier punto de la muralla defensiva formada en torno de la representación sustitutiva, por tales elementos, provoca, por el enlace asociativo de los mismos con dicha representación, un pequeño desarrollo de angustia, que da la señal para coartar, por medio de una nueva fuga, la continuación de dicho desarrollo. Cuanto más lejos de la sustitución temida se hallan situadas las contracargas sensibles y vigilantes, más precisamente puede funcionar el mecanismo que ha de aislar a la representación sustitutiva y protegerla contra nuevas excitaciones. Estas precauciones no protegen, naturalmente, más que contra aquellas excitaciones que llegan desde el exterior y por el conducto de la percepción, a la representación sustitutiva, pero no contra la excitación instintiva, que partiendo de la conexión con la representación reprimida, llega a la sustitutiva. Comienzan, pues, a actuar cuando la sustitución se ha arrogado por completo la representación de lo reprimido y nunca constituyen una plena garantía. A cada intensificación de la excitación instintiva, tiene que avanzar un tanto la muralla protectora que rodea a la representación sustitutiva. Esta construcción, queda establecida también, de un modo análogo, en las demás neurosis, y la designamos con el nombre de «fobia». Las precauciones, prohibiciones y privaciones, características de la histeria de angustia, son la expresión de la fuga ante la carga consciente de la representación sustitutiva.

  

            Considerando el proceso en su totalidad, podemos decir, que la tercera fase repite con mayor amplitud la labor de la segunda. El sistema Cc. se protege ahora, contra la actividad de la representación sustitutiva, por medio de la contracarga de los elementos que le rodean, como antes se protegía, por medio de la carga de la representación sustitutiva, contra la emergencia de la representación reprimida. La formación de sustitutivos por desplazamiento, queda continuada en esta forma. Al principio, el sistema Cc. no ofrecía sino un único punto -la representación sustitutiva- accesible al impulso instintivo reprimido; en cambio, luego, toda la construcción fóbica constituye un campo abierto a las influencias inconscientes. Por último, hemos de hacer resaltar el interesantísimo punto de vista de que por medio de todo el mecanismo de defensa puesto en actividad, queda proyectado al exterior el peligro instintivo. El Yo se conduce como si la amenaza del desarrollo de angustia no procediese de un impulso instintivo sino de una percepción y puede, por lo tanto, reaccionar contra esta amenaza exterior, por medio de las tentativas de fuga que suponen las precauciones de la fobia. En este proceso represivo, se consigue poner un dique a la génesis de angustia, pero sólo a costa de graves sacrificios de la libertad personal. Ahora bien, el intento de fuga ante una aspiración instintiva, es en general, inútil, y el resultado de la fuga fóbica es siempre insatisfactorio.

  

            Gran parte de las circunstancias observadas en la histeria de angustia se repite en las otras dos neurosis. Podemos, pues, limitarnos a señalar las diferencias y a examinar la misión de la contracarga. En la histeria de conversión, es transformada la carga instintiva de la representación reprimida en una inervación del síntoma. Hasta qué punto y bajo qué condiciones queda avenada la representación inconsciente por esta descarga, siéndole ya posible cesar en su aspiración hacia el sistema Cc., son cuestiones que habremos de reservar para una investigación especial de la histeria. La función de la contracarga que parte del sistema Cc. (Prec.) resalta claramente en la histeria de conversión y se nos revela en la formación de síntomas. La contracarga es la que elige el elemento de la representación del instinto en el que ha de ser concentrada toda la carga del mismo. Este fragmento elegido para síntoma cumple la condición de dar expresión, tanto al fin optativo del movimiento instintivo como a la aspiración defensiva o punitiva del sistema Cc. Por lo tanto, es traducido y mantenido por ambos lados, como la representación sustitutiva de la histeria de angustia. De esta circunstancia podemos deducir que el esfuerzo represivo del sistema Cc. no necesita ser tan grande como la energía de carga del síntoma, pues la intensidad de la representación se mide por la contracarga empleada, y el síntoma no se apoya solamente en la contracarga sino también en la carga instintiva condensada en él y emanada del sistema Inc.

  

            Con respecto a la neurosis obsesiva, bastará añadir una sola observación a las ya expuestas. En ella se nos muestra más visiblemente que en las otras neurosis la contracarga del sistema Cc. Esta contracarga, organizada como una formación reactiva, es que lleva a cabo la primera represión y en la que tiene efecto, después, la emergencia de la representación reprimida. Del predominio de la contracarga y de la falta de derivación, depende, a nuestro juicio, que la obra de la represión aparezca menos conseguida en la histeria de angustia y en la neurosis obsesiva que en la histeria de conversión.

  

  

V. Cualidades especiales del sistema Inc.

  

            La diferenciación de los dos sistemas psíquicos adquiere una nueva significación cuando nos damos cuenta de que los procesos del sistema Inc. muestran cualidades que no volvemos a hallar en los sistemas superiores inmediatos.

            El nódulo del sistema Inc. está constituido por representaciones de instintos, que aspiran a derivar su carga, o sea por impulsos optativos. Estos impulsos instintivos se hallan coordinados entre sí y coexisten sin influir unos sobre otros ni tampoco contradecirse. Cuando dos impulsos optativos, cuyos fines nos parecen inconciliables, son activados al mismo tiempo, no se anulan recíprocamente sino que se unen para formar un fin intermedio, o sea una transacción.

  

            En este sistema no hay negación ni duda alguna, ni tampoco grado ninguno de seguridad. Todo esto es aportado luego por la labor de la censura que actúa entre los sistemas Inc. y Prec. La negación es una sustitución de la represión. En el sistema Inc. no hay sino contenidos más o menos enérgicamente cargados [«catectizados» («besetzt»), (Nota del E.)].

            En cambio, reina en él una mayor movilidad de las intensidades de carga. Por medio del proceso del desplazamiento, puede una representación transmitir a otra todo el montante de su carga, y por el de la condensación, acoger en sí toda la carga de varias otras. A mi juicio, deben considerarse estos dos procesos como caracteres del llamado proceso psíquico primario. En el sistema Prec. domina el proceso secundario. Cuando un tal proceso primario recae sobre elementos del sistema Prec., lo juzgamos «cómico» y despierta la risa.

  

            Los procesos del sistema Inc. se hallan fuera de tiempo, esto es, no aparecen ordenados cronológicamente, no sufren modificación ninguna por el transcurso del tiempo y carecen de toda relación con él. También la relación temporal se halla ligada a la labor del sistema Cc.

            Los procesos del sistema Inc. carecen también de toda relación con la realidad. Se hallan sometidos al principio del placer y su destino depende exclusivamente de su fuerza y de la medida en que satisfacen las aspiraciones de la regulación del placer y el displacer.

  

            Resumiendo, diremos que los caracteres que esperamos encontrar en los procesos pertenecientes al sistema Inc. son la falta de contradicción, el proceso primario (movilidad de las cargas), la independencia del tiempo y la sustitución de la realidad exterior por la psíquica.

            Los procesos inconscientes no se nos muestran sino bajo las condiciones del fenómeno onírico y de las neurosis, o sea cuando los procesos del sistema Prec., superior al Inc. son transferidos, por una regresión, a una fase anterior. De por sí, son incognoscibles e incapaces de existencia, pues el sistema Inc. es cubierto muy pronto por el Prec., que se apodera del acceso a la conciencia y a la motilidad. La descarga del sistema Inc. tiene lugar por medio de la inervación somática y el desarrollo de afecto, pero también estos medios de descarga le son disputados como ya sabemos, por el sistema Prec. Por sí solo no podría el sistema Inc. provocar en condiciones normales, ninguna acción muscular adecuada, con excepción de aquellas organizadas ya como reflejos.

  

            La completa significación de los caracteres antes descritos del sistema Inc., se nos revelaría en cuanto los comparásemos con las cualidades del sistema Prec.; pero esto nos llevaría tan lejos, que preferimos aplazar dicha comparación hasta ocuparnos del sistema superior (*). Así, pues, sólo expondremos ahora lo más indispensable.

            Los procesos del sistema Prec. muestran ya, sean conscientes o sólo capaces de conciencia, una coerción de la tendencia a la descarga de las representaciones cargadas. Cuando el proceso pasa de una representación a otra, conserva la primera una parte de su carga, y sólo queda desplazado un pequeño montante de la misma. Los desplazamientos y condensaciones quedan excluidos o muy limitados. Esta circunstancia ha impulsado a J. Breuer a admitir dos diversos estados de la energía de carga en la vida anímica. Un estado tónicamente fijo y otro libremente móvil que aspira a la descarga. A mi juicio, representa esta diferenciación nuestro más profundo conocimiento de la esencia de la energía nerviosa y no veo cómo podría prescindirse de él. Sería una urgente necesidad de la exposición metapsicológica, aunque quizá todavía una empresa demasiado atrevida, proseguir la discusión partiendo de este punto.

  

            Al sistema Prec. le corresponden, además, la constitución de una capacidad de relación entre los contenidos de las representaciones, de manera que puedan influirse entre sí, la ordenación temporal de dichos contenidos, y la introducción de una o varias censuras del examen de la realidad y del principio de la realidad. También la memoria consciente parece depender por completo del sistema Prec. y debe distinguirse de las huellas mnémicas en las que se fijan los sucesos del sistema Inc., pues corresponden verosímilmente a una inscripción especial, semejante a la que admitimos al principio y rechazamos después, para la relación de la represión consciente con la inconsciente. Encontraremos también aquí el medio de poner fin a nuestra vacilación en la calificación del sistema superior, al cual llamamos ahora tan pronto sistema Prec. como sistema Cc.

  

            No debemos apresurarnos, sin embargo, a generalizar lo que hasta aquí hemos descubierto sobre la distribución de las funciones anímicas entre los dos sistemas. Describimos las circunstancias tal y como se nos muestran en sujetos adultos, en los cuales el sistema Inc. no funciona, estrictamente considerado, sino como una fase preliminar de la organización superior. El contenido y las relaciones de este sistema durante el desarrollo individual, y su significación en los animales, no pueden ser deducidos de nuestra descripción, sino de una investigación especial.

  

            Asimismo, debemos hallarnos preparados a encontrar en el hombre, condiciones patológicas, en las cuales los dos sistemas modifican su contenido y sus caracteres o los cambian entre sí.

  

«Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0 (versión electrónica)

  

VI. Relaciones entre ambos sistemas.

  

            Sería erróneo representarse que el sistema Inc. permanece inactivo y que toda la labor psíquica es efectuada por el sistema Prec., resultando así, el sistema Inc., un órgano rudimentario, residuo del desarrollo. Igualmente sería equivocado suponer, que la relación de ambos sistemas se limita al acto de la represión, en el cual el sistema Prec. arrojaría a los abismos del sistema Inc. todo aquello que le pareciese perturbador. Por el contrario, el sistema Inc. posee una gran vitalidad, es susceptible de un amplio desarrollo y mantiene una serie de otras relaciones con el Prec., entre ellas la de cooperación. Podemos, pues, decir, sintetizando, que el sistema Inc. continúa en ramificaciones, siendo accesible a las influencias de la vida, influyendo constantemente sobre el Prec. y hallándose, por su parte, sometido a las influencias de éste.

  

            El estudio de las ramificaciones del sistema Inc. defraudará nuestra esperanza de una separación esquemáticamente precisa entre los dos sistemas psíquicos. Esta decepción hará considerar insatisfactorios nuestros resultados y será probablemente utilizada para poner en duda el valor de nuestra diferenciación de los procesos psíquicos. Pero hemos de alegar, que nuestra labor no es sino la de transformar en una teoría los resultados de la observación y que nunca nos hemos obligado a construir, de buenas a primeras, una teoría absolutamente clara y sencilla. Así, pues, defenderemos sus complicaciones mientras demuestren corresponder a la observación, y continuaremos esperando llegar con ella a un conocimiento final de la cuestión, que siendo sencillo en sí, refleje, sin embargo, las complicaciones de la realidad.

  

            Entre las ramificaciones de los impulsos inconscientes, cuyos caracteres hemos descrito, existen algunas que reúnen en sí las determinaciones más expuestas. Por un lado, presentan un alto grado de organización, se hallan exentas de contradicciones, han utilizado todas las adquisiciones del sistema Cc. y apenas se diferencian de los productos de este sistema, pero en cambio, son inconscientes e incapaces de conciencia. Pertenecen, pues, cualitativamente, al sistema Prec.; pero efectivamente, al Inc. Su destino depende totalmente de su origen, y podemos compararlas con aquellos mestizos, semejantes en general, a los individuos de la raza blanca, pero que delatan su origen mixto, por diversos rasgos visibles, y quedan así excluidos de la sociedad y del goce de las prerrogativas de los blancos. Aquellos productos de la fantasía de los normales y de los neuróticos, que reconocimos como fases preliminares de la formación de sueños y de síntomas, productos que a pesar de su alto grado de organización permanecen reprimidos y no pueden, por lo tanto, llegar a la conciencia, son formaciones de este género. Se aproximan a la conciencia y permanecen cercanos a ella, sin que nada se lo estorbe, mientras su carga es poco intensa, pero en cuanto ésta alcanza una cierta intensidad, quedan rechazados. Ramificaciones de lo inconsciente, igualmente organizadas, son también las formaciones sustitutivas, pero éstas consiguen el acceso a la conciencia merced a una relación favorable, por ejemplo, merced a su coincidencia con una contracarga del sistema Prec.

  

            Investigando más detenidamente, en otro lugar, las condiciones del acceso a la conciencia, lograremos resolver muchas de las dificultades que aquí se nos oponen. Para ello, creemos conveniente invertir el sentido de nuestro examen, y si hasta ahora hemos seguido una dirección ascendente, partiendo del sistema Inc. y elevándonos hacia el sistema Cc., tomaremos ahora a este último, como punto de partida. Frente a la conciencia, hallamos la suma total de los procesos psíquicos, que constituyen el reino de lo preconciente. Una gran parte de lo preconciente procede de lo inconsciente, constituye una ramificación de tal sistema y sucumbe a una censura antes de poder hacerse consciente. En cambio, otra parte de dicho sistema Prec. es capaz de conciencia sin previo examen por la censura. Queda aquí, contradicha, una de nuestras hipótesis anteriores. En nuestro estudio de la represión, nos vimos forzados a situar entre los sistemas Inc. y Prec. la censura, que decide el acceso a la conciencia, y ahora encontramos una censura entre el sistema Prec. y el Cc. Pero no deberemos ver en esta complicación, una dificultad, sino aceptar que a todo paso desde un sistema al inmediatamente superior, esto es, a todo progreso hacia una fase más elevada de la organización psíquica, corresponde una nueva censura. La hipótesis de una continua renovación de las inscripciones, queda de este modo anulada.

  

            La causa de todas estas dificultades, es que la conciencia, único carácter de los procesos psíquicos que nos es directamente dado, no se presta, en absoluto, a la distinción de sistemas. La observación nos ha mostrado que lo consciente no es siempre consciente, sino latente también durante largos espacios de tiempo, y además, que muchos de los elementos que comparten las cualidades del sistema Prec. no llegan a ser conscientes. Más adelante, hemos de ver asimismo, que el acceso a la conciencia queda limitado por determinadas orientaciones de su atención. La conciencia presenta de este modo, con los sistemas y con la represión, relaciones nada sencillas.

  

            En realidad, sucede que no sólo permanece ajeno a la conciencia lo psíquico reprimido, sino también una parte de los sentimientos que dominan a nuestro Yo, o sea la más enérgica antítesis funcional de lo reprimido. Por lo tanto, si queremos llegar a una consideración metapsicológica de la vida psíquica, habremos de aprender a emanciparnos de la significación del síntoma «conciencia».

            Mientras no llegamos a emanciparnos en esta forma, queda interrumpida nuestra generalización, por continuas excepciones. Vemos, en efecto, que ciertas ramificaciones del sistema Inc. devienen conscientes, como formaciones sustitutivas y como síntomas, generalmente después de grandes deformaciones, pero muchas veces, conservando gran cantidad de los caracteres que provocan la represión, y encontramos que muchas formaciones preconcientes permanecen inconscientes, a pesar de que por su naturaleza, podrían devenir conscientes. Habremos, pues, de admitir, que vence en ellas la atracción del sistema Inc., resultando así, que la diferencia más importante, no debe buscarse entre lo consciente y lo preconciente, sino entre lo preconciente y lo inconsciente. Lo inconsciente es rechazado por la censura al llegar a los límites de lo preconciente, pero sus ramificaciones pueden eludir esta censura, organizarse en alto grado y llegar en lo preconciente hasta una cierta intensidad de la carga, traspasada la cual intentan imponerse a la conciencia, siendo reconocidas como ramificaciones del sistema Inc. y rechazadas hasta la nueva frontera de la censura entre el sistema Prec. y el Cc. La primera censura funciona, así, contra el sistema Inc., y la última contra las ramificaciones preconcientes del mismo. Parece como si la censura hubiera avanzado un cierto estadio en el curso del desarrollo individual.

  

            En la práctica psicoanalítica, se nos ofrece la prueba irrebatible de la existencia de la segunda censura, o sea de la situada entre los sistemas Prec. y Cc. Invitamos al enfermo a formar numerosas ramificaciones del sistema Inc., le obligamos a dominar las objeciones de la censura contra el acceso a la conciencia, de estas formaciones preconcientes, y nos abrimos, por medio del vencimiento de esta censura, el camino que ha de conducirnos al levantamiento de la represión, obra de la censura anterior. Añadiremos aún la observación de que la existencia de la censura entre el sistema Prec. y el Cc. nos advierte que el acceso a la conciencia no es un simple acto de percepción sino, probablemente, también una sobrecarga, o sea un nuevo progreso de la organización psíquica.

  

            Volviéndonos hacia la relación del sistema Inc. con los demás sistemas, y menos para establecer nuevas afirmaciones, que para no dejar de consignar determinadas circunstancias evidentes, vemos que en las raíces de la actividad instintiva, comunican ampliamente los sistemas. Una parte de los procesos aquí estimulados pasa por el sistema Inc. como por una fase preparatoria y alcanza en el sistema Cc. el más alto desarrollo psíquico, mientras que la otra queda retenida como Inc. Lo Inc. es también herido por los estímulos procedentes de la percepción. Todos los caminos que van desde la percepción al sistema Inc. permanecen regularmente libres y sólo los que parten del sistema Inc., y conducen más allá del mismo son los que quedan cerrados por la represión.

  

            Es muy singular y digno de atención, el hecho de que el sistema Inc. de un individuo pueda reaccionar al de otro, eludiendo absolutamente el sistema Cc. Este hecho merece ser objeto de una penetrante investigación, encaminada, principalmente, a comprobar si la actividad preconciente queda también excluida en tal proceso, pero de todos modos, es irrebatible como descripción.

            El contenido del sistema Prec. (o Cc.) procede, en parte, de la vida instintiva (por mediación del sistema Inc.), y, en parte, de la percepción. No puede determinarse hasta qué punto los procesos de este sistema son capaces de ejercer, sobre el sistema Inc., una influencia directa. La investigación de casos patológicos muestra con frecuencia una independencia casi increíble del sistema Inc. La característica de la enfermedad es, en general, una completa separación de las tendencias y una ruina absoluta de ambos sistemas. Ahora bien: la cura psicoanalítica se halla fundada en la influencia del sistema Cc. sobre el sistema Inc. y muestra, de todos modos, que tal influencia no es imposible, aunque sí difícil. Las ramificaciones del sistema Inc., que establecen una medición entre ambos sistemas, nos abren, como ya hemos indicado, el camino que conduce a este resultado. Podemos, sin embargo, admitir, que la modificación espontánea del sistema Inc. por parte del sistema Cc. es un proceso penoso y lento.

  

            La cooperación entre un sentimiento preconciente y otro inconsciente o incluso intensamente reprimido, puede surgir cuando el sentimiento inconsciente es capaz de actuar en el mismo sentido que una de las tendencias dominantes. En este caso, queda levantada la represión y permitida la actividad reprimida, a título de intensificación de la que el Yo se propone. Lo inconsciente es admitido por el Yo únicamente en esta constelación, pero sin que su represión sufra modificación alguna. La obra que el sistema Inc. lleva a cabo en esta cooperación, resulta claramente visible. Las tendencias intensificadas se conducen, en efecto, de un modo diferente al de las normales, capacitan para funciones especialmente perfectas y muestran ante la contradicción una resistencia análoga a la de los síntomas obsesivos.

  

            El contenido del sistema Inc. puede ser comparado a una población primitiva psíquica. Si en el hombre existe un acervo de formaciones psíquicas heredadas, o sea algo análogo al instinto animal, ello será lo que constituya el nódulo del sistema Inc. A esto se añaden después los elementos rechazados por inútiles durante el desarrollo infantil, elementos que pueden ser de naturaleza idéntica a lo heredado. Hasta la pubertad no se establece una precisa y definitiva separación del contenido de ambos sistemas.

  

  

VII. El reconocimiento de lo inconsciente

  

            Todo lo que hasta aquí hemos expuesto sobre el sistema Inc. puede extraerse del conocimiento de la vida onírica y de la neurosis de transferencia. No es, ciertamente, mucho; nos parece en ocasiones oscuro y confuso, y no nos ofrece la posibilidad de incluir el sistema Inc. en un contexto conocido o subordinado a él. Pero el análisis de una de aquellas afecciones, a las que damos el nombre de psiconeurosis narcisistas, nos promete proporcionarnos datos, por medio de los cuales podremos aproximarnos al misterioso sistema Inc. y llegar a su inteligencia.

  

            Desde un trabajo de Abraham (1908), que este concienzudo autor llevó a cabo por indicación mía, intentamos caracterizar la «dementia praecox» de Kraepelin (la esquizofrenia de Bleuler), por su conducta con respecto a la antítesis del Yo y el objeto. En las neurosis de transferencia (histerias de angustia y de conversión y neurosis obsesiva) no había nada que situase en primer término esta antítesis. Comprobamos que la falta de objeto traía consigo la eclosión de la neurosis; que ésta integraba la renuncia al objeto real, y que la libido sustraída al objeto real retrocedía hasta un objeto fantástico y desde él hasta un objeto reprimido (introversión). Pero la carga de objeto queda tenazmente conservada en estas neurosis, y una sutil investigación del proceso represivo, nos ha forzado a admitir que dicha carga perdura en el sistema Inc., a pesar de la represión, o más bien, a consecuencia de la misma. La capacidad de transferencia, que utilizamos terapéuticamente en estas afecciones, presupone una carga de objeto no estorbada.

  

            A su vez, el estudio de la esquizofrenia nos ha impuesto la hipótesis de que después del proceso represivo, no busca la libido sustraída ningún nuevo objeto, sino que se retrae al Yo, quedando así suprimida la carga de objeto y reconstituido un primitivo estado narcisista, carente de objeto. La incapacidad de transferencia de estos pacientes, dentro de la esfera de acción del proceso patológico, su consiguiente inaccesibilidad terapéutica, su singular repulsa del mundo exterior, la aparición de indicios de una sobrecarga del propio Yo y, como final, la más completa apatía, todos estos caracteres clínicos parecen corresponder, a maravilla, a nuestra hipótesis de la cesación de la carga de objeto. Por lo que respecta a la relación con los dos sistemas psíquicos, han comprobado todos los investigadores que muchos de aquellos elementos que en las neurosis de transferencia nos vemos obligados a buscar en lo inconsciente, por medio del psicoanálisis, son conscientemente exteriorizados en la esquizofrenia. Pero al principio, no fue posible establecer, entre la relación del Yo con el objeto y las relaciones de la conciencia, una conexión inteligible.

  

            Esta conexión se nos reveló después, de un modo inesperado. Se observa en los esquizofrénicos, sobre todo durante los interesantísimos estadios iniciales, una serie de modificaciones del lenguaje, muchas de las cuales merecen ser consideradas desde un determinado punto de vista. La expresión verbal es objeto de un especial cuidado, resultando escogida y «redicha» Las frases experimentan una particular desorganización de su estructura, que nos las hace ininteligibles, llevándonos a creer faltas de todo sentido las manifestaciones del enfermo. En éstas, aparece con frecuencia, en primer término, una alusión a órganos somáticos o a sus inervaciones. Observamos, además, que en estos síntomas de la esquizofrenia, semejantes a las formaciones sustitutivas histéricas o de la neurosis obsesiva, muestra, sin embargo, la relación entre la sustitución y lo reprimido, peculiaridades que en las dos neurosis mencionadas, nos desorientarían.

  

            El doctor V. Tausk (Viena), ha puesto a mi disposición algunas de sus observaciones de casos de esquizofrenia en su estadio inicial, observaciones que presentan la ventaja de que el enfermo mismo proporcionaba aún la explicación de sus palabras. Exponiendo dos de estos ejemplos, indicaremos cuál es nuestra opinión sobre este punto concreto, para cuyo esclarecimiento puede cualquier observador acoplar sin dificultad alguna, material suficiente.

            Uno de los enfermos de Tausk, una muchacha que acudió a su consulta poco después de haber regañado con su novio, exclama:

  

            «Los ojos no están bien, están torcidos», explica luego, por sí misma, esta frase, añadiendo en lenguaje ordenado, una serie de reproches contra el novio: «Nunca ha podido comprenderle. Cada vez se le muestra distinto. Es un hipócrita, que «la ha vuelto los ojos del revés» haciéndole ver «torcidamente» todas las cosas».

            Estas manifestaciones añadidas por la enferma a su primera frase ininteligible, tienen todo el valor de un análisis, pues contienen una equivalencia de la misma en lenguaje perfectamente comprensible, y proporcionan, además, el esclarecimiento de la génesis y la significación de la formación verbal esquizofrénica. Coincidiendo con Tausk, haremos resaltar, en este ejemplo, el hecho de que la relación del contenido con un órgano del soma (en este caso con el de la visión) llega a arrogarse la representación de dicho contenido en su totalidad. La frase es esquizofrénica presenta así un carácter hipocondríaco, constituyéndose en lenguaje de los órganos.

  

            Otra expresión de la misma enferma: «Está en la iglesia y siente, de pronto, un impulso a colocarse de otro modo, como si colocara a alguien, como si la colocaran a ella.

            A continuación de esta frase, desarrolla la paciente su análisis, por medio de una serie de reproches contra el novio: «Es muy ordinario y la ha hecho ordinaria a ella, que es de familia fina. La ha hecho igual a él, haciéndola creer que él le era superior, y ahora ha llegado a ser ella como él, porque creía que llegaría a ser mejor si conseguía igualarse a él. Él se ha colocado en un lugar que no le correspondía y ella es ahora como él (identificación), pues él la ha colocado en un lugar que no la corresponde».

  

            El movimiento de «colocarse de otro modo», observa Tausk, es una representación de la palabra «fingir» (sich stellen-colocarse; verstellen-fingir) y de la identificación con el novio. Hemos de hacer resaltar aquí, nuevamente, el predominio de aquel elemento del proceso mental, cuyo contenido es una inervación somática (o más bien, su sensación). Además, una histérica hubiera torcido, convulsivamente, los ojos, en el primer caso, y en el segundo, habría realizado el movimiento indicado, en lugar de sentir el impulso a realizarlo o la sensación de llevarlo a cabo, y sin poseer, en ninguno de los dos casos, pensamiento consciente alguno, enlazado con el movimiento ejecutado, ni ser capaz de exteriorizarlo después.

  

            Estas dos observaciones testimonian de aquello que hemos denominado lenguaje hipocondríaco o de los órganos, pero, además, atraen nuestra atención sobre un hecho que puede ser comprobado a voluntad, por ejemplo, en los casos reunidos en la monografía de Bleuler, y concretado en una fórmula. En la esquizofrenia, quedan sometidas las palabras al mismo proceso que forma las imágenes oníricas partiendo de las ideas latentes del sueño, o sea al proceso psíquico primario. Las palabras quedan condensadas y se transfieren sus cargas unas a otras, por medio del desplazamiento. Este proceso puede llegar hasta conferir a una palabra, apropiada para ello, por sus múltiples relaciones, la representación de toda la serie de ideas. Los trabajos de Breuler, Jung y sus discípulos, ofrecen material más que suficiente para comprobar esta afirmación.

  

            Antes de deducir una conclusión de estas impresiones examinaremos la extraña y sutil diferencia existente entre las formaciones sustitutivas de la esquizofrenia y las de la histeria y la neurosis obsesiva. Un enfermo, al que actualmente tengo en tratamiento, se hace la vida imposible, absorbido por la preocupación que le ocasiona el supuesto mal estado de la piel de su cara, pues afirma tener en el rostro multitud de profundos agujeros, producidos por granitos o «espinillas». El análisis demuestra que hace desarrollarse, en la piel de su rostro, un complejo de castración. Al principio no le preocupaban nada tales granitos y se los quitaba apretándolos entre las uñas, operación en la que, según sus propias palabras, le proporcionaba gran contento «ver cómo brotaba algo» de ellos. Pero después, empezó a creer que en el punto en que había tenido una de estas «espinillas», le quedaba un profundo agujero, y se reprochaba duramente haberse estropeado la piel, con su manía de «andarse siempre tocando». Es evidente que el acto de reventarse los granitos de la cara, haciendo surgir al exterior su contenido, es, en este caso, una sustitución del onanismo. El agujero resultante de este manejo, correspondía al órgano genital femenino, o sea al cumplimiento de la amenaza de castración provocada por el onanismo (o la fantasía correspondiente). Esta formación sustitutiva presenta, a pesar de su carácter hipocondríaco, grandes analogías con una conversión histérica y, sin embargo, experimentamos la sensación de que en este caso debe desarrollarse algo distinto y que una histeria de conversión no podría presentar jamás tales productos sustitutivos. Un histérico no convertirá nunca un agujero tan pequeño como el dejado por la extracción de una «espinilla», en símbolo de la vagina, a la que comparará, en cambio, con cualquier objeto que circunscriba una cavidad. Creemos, también, que la multiplicidad de los agujeros le impediría igualmente tomarlos como símbolo del genital femenino. Lo mismo podríamos decir de un joven paciente, cuya historia clínica relató el doctor Tausk hace ya años, ante la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Este paciente se conducía en general, como un neurótico obsesivo, necesitaba largas horas para asearse y vestirse, etc. Pero presentaba el singularísimo rasgo de explicar espontáneamente, sin resistencia alguna, la significación de sus inhibiciones. Así, al ponerse los calcetines, le perturbaba la idea de tener que estirar las mallas del tejido, produciendo en él pequeños orificios, cada uno de los cuales constituía para él el símbolo del genital femenino. Tampoco este simbolismo es propio de un neurótico obsesivo. Uno de estos neuróticos, que padecía de igual dificultad al ponerse los calcetines, halló, una vez vencidas sus resistencias, la explicación de que el pie era un símbolo del pene y el acto de ponerse sobre él, el calcetín, una representación del onanismo, viéndose obligado a ponerse y quitarse una y otra vez el calcetín, en parte para completar la imagen de la masturbación y en parte para anularla.

  

            Estos extraños caracteres de la formación sustitutiva y del síntoma en la esquizofrenia, dependen del predominio de la relación verbal sobre la objetiva. Entre el hecho de extraerse una «espinilla» de la piel, y una eyaculación, existe muy escasa analogía, y menos aún entre los infinitos poros de la piel y la vagina. Pero en el primer caso «brota» en ambos actos, algo, y al segundo puede aplicarse la cínica frase de que «un agujero es siempre un agujero». La semejanza de la expresión verbal y no la analogía de las cosas expresadas, es lo que ha decidido la sustitución. Así, pues, cuando ambos elementos -la palabra y el objeto- no coinciden, se nos muestra la formación sustitutiva esquizofrénica distinta de la que surge en las neurosis de transferencia.

  

            Esta conclusión nos obliga a modificar nuestra hipótesis de que la carga de objetos queda interrumpida en la esquizofrenia y a reconocer que continúa siendo mantenida la carga de las representaciones verbales de los objetos. La representación consciente del objeto queda así descompuesta en dos elementos: la representación verbal y la objetiva, consistente esta última en la carga, no ya de huellas mnémicas objetivas directas, sino de huellas mnémicas más lejanas, derivadas de las primeras. Creemos descubrir aquí, cuál es la diferencia existente entre una representación consciente y una representación inconsciente. No son, como supusimos, distintas inscripciones del mismo contenido en diferentes lugares psíquicos, ni tampoco diversos estados funcionales de la carga, en el mismo lugar. Lo que sucede es que la representación consciente integra la representación objetiva más la correspondiente representación verbal, mientras que la inconsciente es tan sólo la representación objetiva. El sistema Inc. contiene las cargas objetivas de los objetos, o sea las primeras y verdaderas cargas de objeto. El sistema Prec. nace a consecuencia de la sobrecarga de la representación objetiva por su conexión con las representaciones verbales a ella correspondientes. Habremos de suponer, que estas sobrecargas son las que traen consigo una más elevada organización psíquica y hacen posible la sustitución del proceso primario por el proceso secundario, dominante en el sistema Prec. Podemos ahora expresar más precisamente qué es lo que la represión niega a las representaciones rechazadas, en la neurosis de transferencia. Les niega la traducción en palabras, las cuales permanecen enlazadas al objeto. La representación no concretada en palabras, o el acto psíquico no traducido, permanecen entonces, reprimidos, en el sistema Inc.

  

            He de hacer resaltar, que este conocimiento, que hoy nos hace inteligible uno de los más singulares caracteres de la esquizofrenia, lo poseíamos hace ya mucho tiempo. En las últimas páginas de nuestra «Interpretación de los sueños», publicada en 1900, exponíamos ya, que los procesos mentales, esto es, los actos de carga más alejados de las percepciones, carecen, en sí, de cualidad y de conciencia, y sólo por la conexión con los restos de las percepciones verbales, alcanzan su capacidad de devenir conscientes. Las representaciones verbales, nacen, por su parte, de la percepción sensorial, en la misma forma que las representaciones objetivas, de manera que podemos preguntarnos por qué las representaciones objetivas no pueden devenir conscientes por medio de sus propios restos de percepción. Pero probablemente, el pensamiento se desarrolla en sistemas tan alejados de los restos de percepción primitivos, que no han recibido ninguna de sus cualidades, y precisan, para devenir conscientes, de una intensificación, por medio de nuevas cualidades. Asimismo, pueden ser provistas de cualidades, por su conexión con palabras, aquellas cargas a las que la percepción no pudo prestar cualidad alguna, por corresponder, simplemente, a relaciones entre las representaciones de objetos. Estas relaciones concretadas en palabras, constituyen un elemento principalísimo de nuestros procesos mentales. Comprendemos que la conexión con representaciones verbales no coincide aún con el acceso a la conciencia, sino que se limita a hacerlo posible, no caracterizando, por lo tanto, más que al sistema Prec. Pero observamos, que con estas especulaciones, hemos abandonado nuestro verdadero tema, entrando de lleno en los problemas de lo preconciente y lo inconsciente, que será más adecuado reservar para una investigación especial.

  

            En la esquizofrenia, que solamente rozamos aquí en cuanto nos parece indispensable para el conocimiento de lo inconsciente, surge la duda de si el proceso represivo que en ella se desarrolla tiene realmente algún punto de contacto con la represión de las neurosis de transferencia. La fórmula de que la represión es un proceso que se desarrolla entre los sistemas Inc. y Prec. (o Cc.) y cuyo resultado es la distanciación de la conciencia, precisa ser modificada si ha de comprender también los casos de demencia precoz y otras afecciones. Pero la tentativa de fuga del Yo, que se exterioriza en la sustracción de la carga consciente, sigue siendo un elemento común. La observación más superficial nos enseña, por otro lado, que esta fuga del Yo es fundamental en las neurosis narcisistas.

  

            Si en la esquizofrenia consiste esta fuga en la sustracción de la carga instintiva de aquellos elementos que representan a la idea inconsciente del objeto, puede parecernos extraño que la parte de dicha representación correspondiente al sistema Prec. -las representaciones verbales a ella correspondientes- haya de experimentar una carga más intensa. Sería más bien de esperar, que la representación verbal hubiera de experimentar, por constituir la parte preconciente, el primer impulso de la represión, resultando incapaz de carga una vez llegada la represión a las representaciones objetivas inconscientes. Esto parece difícilmente comprensible, pero se explica en cuanto reflexionamos que la carga de la representación verbal no pertenece a la labor represiva sino que constituye la primera de aquellas tentativas de restablecimiento o de curación que dominan tan singularmente el cuadro clínico de la esquizofrenia. Estos esfuerzos aspiran a recobrar los objetos perdidos, y es muy probable que, con este propósito, tomen el camino hacia el objeto pasando por la parte verbal del mismo. Pero al obrar así, tienen que contentarse con las palabras en lugar de los objetos. Nuestra actividad anímica se mueve generalmente en dos direcciones opuestas, partiendo de los instintos, a través del sistema Inc., hasta la labor mental consciente, o por un estímulo externo, a través de los sistemas Cc. y Prec., hasta las cargas Inc. del Yo y de los objetos. Este segundo camino tiene que permanecer transitable a pesar de la represión y se halla abierto hasta un cierto punto a los esfuerzos de la neurosis por recobrar sus objetos. Cuando pensamos abstractamente, corremos el peligro de desatender las relaciones de las palabras con las representaciones objetivas inconscientes, y no puede negarse que nuestro filosofar alcanza entonces una indeseada analogía de expresión y de contenido con la labor mental de los esquizofrénicos. Por otro lado, podemos decir que la labor mental de los esquizofrénicos se caracteriza por el hecho de manejar lo concreto como abstracto.

  

            Si con las consideraciones que preceden hemos llegado a un exacto conocimiento del sistema Inc. y a determinar concretamente la diferencia entre las representaciones conscientes y las inconscientes, nuestras sucesivas investigaciones sobre otros diversos puntos aún no esclarecidos, habrán de conducirnos de nuevo a las conclusiones deducidas.

 

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Sigmund Freud

ADICIÓN METAPSICOLÓGIGA A LA TEORÍA

DE LOS SUEÑOS

1915 (1917)

 

Hemos de comprobar repetidamente cuán ventajoso es, para nuestra investigación,

comparar entre sí determinados estados y fenómenos, que podemos considerar como

modelos normales de ciertas afecciones patológicas. A este género pertenecen ciertos

estados afectivos, como la aflicción y el enamoramiento, y otros de diferente naturaleza,

entre los cuales citaremos el estado de reposo (dormir) y el fenómeno onírico.

Al acostarse con el propósito de dormir, se despoja el hombre de todas aquellas

envolturas que encubren su cuerpo y de aquellos objetos que constituyen un complemento

de sus órganos somáticos o una sustitución de partes de su cuerpo, esto es, de los lentes, la

peluca, la dentadura postiza, etc., y obra igualmente con su psiquismo, renunciando a la

mayoría de sus adquisiciones psíquicas y reconstituyendo, de este modo, en ambos

sentidos, la situación que hubo de ser el punto de partida de su desarrollo vital. El dormir

es, somáticamente, un retorno a la estancia en el seno materno, con todas sus características

de quietud, calor y ausencia de estímulo. Muchos hombres llegan incluso a tomar durante

su sueño, la posición fetal. El estado psíquico del durmiente se caracteriza por un

retraimiento casi absoluto del mundo circunambiente y la cesación de todo interés hacia él.

Cuando investigamos los estados psiconeuróticos, nos vemos impulsados a

acentuar, en cada uno de ellos, las llamadas regresiones temporales, o sea el montante del

retroceso que le es particular, hacia las más tempranas fases del desarrollo. Distinguimos

dos de estas regresiones: la desarrollo del Yo y la del desarrollo de la libido. Esta última,

llega, en el estado de reposo, hasta la reconstitución del narcisismo primitivo, y la primera,

hasta la fase de la satisfacción alucinatoria de deseos.

Todo lo que sabemos de los caracteres psíquicos del estado de reposo, lo hemos

averiguado en el estudio de los sueños. Éstos no nos muestran al hombre durmiendo, pero

no pueden por menos de delatarnos algunos de los caracteres del estado de reposo. La

observación nos ha descubierto algunas peculiaridades del fenómeno onírico, que al

principio nos parecían ininteligibles, pero que luego hemos llegado a comprender

perfectamente. Así, sabemos que el sueño es absolutamente egoísta y que la persona que en

sus escenas desempeña el principal papel, es siempre la del durmiente. Esta circunstancia se

deriva, naturalmente, del narcisismo del estado de reposo.

El narcisismo y el egoísmo son la misma cosa. La única diferencia está en que con

el término de «narcisismo», acentuamos que el egoísmo es también un fenómeno

libidinoso. O dicho de otro modo: el narcisismo puede ser considerado como el

complemento libidinoso del egoísmo. También se nos hace comprensible la capacidad

diagnóstica del sueño, que nos descubre, durante el reposo, los síntomas de una enfermedad

en sus comienzos, síntomas que pasaban inadvertidos durante la vigilia. El fenómeno

onírico amplifica, en efecto, hasta lo gigantesco, todas las sensaciones somáticas. Esta

amplificación es de naturaleza hiponcondríaca, presupone que toda la carga psíquica ha

sido retraída del mundo exterior y acumulada en el Yo, y permite descubrir en el sueño,

modificaciones somáticas, que durante la vigilia hubieran permanecido aún inadvertidas

por algún tiempo.

Un sueño constituye la señal de que ha surgido algo que tendía a perturbar el reposo,

y nos da a conocer la forma en que esta perturbación puede ser rechazada. El durmiente

sueña en lugar de despertar bajo los efectos de la perturbación, resultando así el sueño un

guardián del reposo. En lugar del estímulo interior que aspiraba a atraer la atención del

sujeto, ha surgido un suceso exterior -el fenómeno onírico- cuyas aspiraciones han quedado

satisfechas. Un sueño es, pues, una proyección al exterior, de un proceso interior.

Recordamos haber hallado ya en otro lugar, la proyección, entre los medios de defensa.

También el mecanismo de la fobia histérica culminaba en el hecho de que el individuo

podía protegerse, por medio de tentativas de fuga contra un peligro exterior, surgido en

lugar de un estímulo instintivo interno. Pero hemos de aplazar el estudio detenido de la

proyección hasta llegar al análisis de aquella afección narcisista en la que este mecanismo

desempeña un principalísimo papel.

Veamos cómo puede quedar perturbada la intención de dormir. La perturbación

puede proceder de una excitación interior o de un estímulo exterior. Atenderemos en primer

lugar, al caso menos transparente y más interesante, de la perturbación emanada del

interior. La experiencia nos muestra, que los estímulos del sueño son restos diurnos, cargas

mentales que no se han prestado a la general sustracción de las cargas y han conservado, a

pesar de ella, una cierta medida de interés libidinoso o de otro género cualquiera. Así, pues,

hallamos aquí una primera excepción del narcisismo del estado de reposo, excepción que da

lugar a la elaboración onírica. Los restos diurnos se nos dan a conocer en el análisis, como

ideas oníricas latentes, y tenemos que considerarlos, por su naturaleza y su situación, como

representaciones preconscientes, pertenecientes al sistema Prec.

El subsiguiente esclarecimiento de la formación de los sueños no deja de oponernos

determinadas dificultades. El narcisismo del estado de reposo significa la sustracción de la

carga de todas las representaciones objetivas, y tanto de la parte inconsciente de las mismas

como de su parte preconsciente. Así, pues, cuando comprobamos que determinados restos

diurnos han permanecido cargados, no podemos inclinarnos a admitir que han adquirido

durante la noche energía suficiente para atraer la atención de la consciencia. Más bien

supondremos que la carga que conservan es mucho más débil que la que poseían durante el

día. El análisis nos evita aquí más amplias especulaciones, demostrándonos, que estos

restos diurnos tienen que recibir un refuerzo, emanado de las fuentes instintivas

inconscientes, para poder surgir como formadores de sueños. Esta hipótesis no ofrece, al

principio, dificultad ninguna, pues hemos de suponer, que la censura situada entre el

sistema Prec. y el Inc. se halla muy disminuída durante el reposo, quedando, por lo tanto,

muy facilitada la relación entre ambos sistemas.

Sin embargo, surge aquí una objeción que no podemos silenciar. Si el estado de

reposo narcisista ha tenido por consecuencia el retraimiento de todas las cargas de los

sistemas Inc. y Prec., faltará también la posibilidad de que los restos diurnos preconscientes

sean intensificados por los impulsos instintivos inconscientes, los cuales han cedido

también sus cargas al Yo. La teoría de la formación de los sueños muestra, aquí, una

evidente contradicción que sólo podremos salvar modificando nuestra hipótesis sobre el

narcisismo del estado de reposo.

Esta hipótesis restrictiva queda también irrebatiblemente demostrada en la

«demencia precoz», y su contenido no puede ser sino el de que la parte reprimida del

sistema Inc. no obedece a los deseos de dormir emanados del Yo, conserva su carga, total o

fragmentariamente, y conquista, a consecuencia de la represión, una cierta independencia.

Correlativamente, habría de ser mantenido, durante la noche, un cierto montante del

esfuerzo de represión (de la contracarga), para eludir el peligro instintivo, aunque la

oclusión de todos los caminos que conducen al desarrollo de afecto y a la motilidad, tiene

que disminuir considerablemente el nivel de la contracarga necesaria. Así, pues,

describiríamos en la forma siguiente, la situación que conduce a la formación de sueños: el

deseo de dormir intenta retraer todas las cargas emanadas del Yo y constituir un narcisismo

absoluto. Este propósito no puede ser conseguido sino a medias, pues lo reprimido del

sistema Inc. no obedece al deseo de dormir. Por lo tanto, tiene que ser mantenida también

una parte de la contracarga, y la censura entre el sistema Inc. y el Prec. ha de permanecer

vigilante aunque no tanto como durante el día. En la esfera de acción del Yo, quedan

despojados de sus cargas todos los sistemas.

Cuanto más fuertes son las cargas instintivas inconscientes más incompleto será el

reposo. Existe también un caso extremo, en el cual el Yo abandona su deseo de dormir, por

sentirse incapaz de coartar los impulsos libertados durante el sueño, o dicho de otro modo,

renuncia a dormir por miedo a sus sueños.

Más adelante, estimaremos en toda su amplia importancia, la hipótesis de la

desobediencia de los impulsos reprimidos. Por ahora, nos limitaremos a proseguir nuestro

examen de la formación de los sueños.

Como segunda excepción del narcisismo consignaremos la posibilidad antes citada,

de que también algunas de las ideas diurnas preconscientes opongan resistencia y conserven

una parte de su carga. Ambos casos pueden ser, en el fondo, idénticos. La resistencia de los

restos diurnos puede depender de su conexión, existente ya en la vigilia, con impulsos

inconscientes. Pero también puede suceder algo menos sencillo, o sea que los restos diurnos

no despojados totalmente de su carga, se pongan en relación con lo reprimido, durante el

estado de reposo, merced a la mayor facilidad de comunicación entre los sistemas Prec. e

Inc. En ambos casos tiene efecto el mismo progreso decisivo de la formación onírica, esto

es, queda constituído el deseo onírico preconsciente, que da expresión, con el material de

los restos diurnos preconscientes, al impulso inconsciente. Este deseo onírico debe ser

distinguido de los restos diurnos. No existía en la vigilia y puede mostrar ya el carácter

irracional que todo lo inconsciente manifiesta cuando lo traducimos a lo consciente. El

deseo onírico no debe tampoco ser confundido con los sentimientos optativos que pueden

existir entre las ideas preconscientes (latentes) del sueño. Pero cuando tales deseos

aparecen integrados en dicho material, se asocia a ellos, intensificándolos.

Examinemos ahora los destinos subsiguientes de este impulso optativo,

representante de una tendencia instintiva inconsciente, que se ha formado, como deseo

onírico (fantasía realizadora de deseos) en el sistema Prec. Este impulso podría hallar su

satisfacción por distintos caminos. Podría seguir el que consideramos normal durante la

vigilia, o sea pasar desde el sistema Prec. a la consciencia, o crearse una descarga motora

directa, eludiendo el sistema Cc. Pero la observación nos muestra que sigue un tercer

camino, totalmente inesperado. En el primer caso, se convertiría en una idea delirante, cuyo

contenido sería la realización del deseo, pero esto no sucede nunca durante el estado de

reposo. (Aunque nos hallamos todavía muy poco familiarizados con las condiciones

metapsicológicas de los procesos anímicos, podemos quizá deducir, de este hecho, que la

descarga total de un sistema lo hace poco sensible a los estímulos). El segundo caso, o sea

el de la descarga motora directa, debería quedar excluído por el mismo principio, pues el

acceso a la motilidad se halla normalmente más allá de la censura de la consciencia, pero

puede presentarse, excepcionalmente, constituyendo el sonambulismo. Ignoramos en qué

condiciones surge esta posibilidad y a qué obedece su poca frecuencia. Pero lo que

realmente sucede en los sueños es algo tan singular como imprevisto. El proceso nacido en

el sistema Prec. e intensificado por el sistema Inc., toma un camino regresivo a través del

sistema Inc., en dirección a la percepción que tiende a la consciencia. Esta regresión es la

tercera fase de la formación onírica y la calificamos de tópica, para diferenciarla de la

temporal, antes mencionada. Ambas regresiones no coinciden necesariamente siempre, pero

sí en el caso presente. La regresión de la excitación desde el sistema Prec. hasta la

percepción, a través del sistema Inc., es al mismo tiempo, un retorno a la fase de la

realización alucinatoria de deseos.

Por la interpretación de los sueños, conocemos de qué modo se desarrolla la

regresión de los restos diurnos preconscientes en la elaboración onírica. Las ideas quedan

transformadas en imágenes, predominantemente visuales, o sea reducidas las

representaciones verbales a las objetivas correspondientes, como si todo el proceso se

hallase dominado por la tendencia a la representabilidad. Una vez realizada la regresión,

queda en el sistema Inc., una serie de cargas de recuerdos objetivos, sobre las cuales actúa

el proceso psíquico primario hasta formar, por medio de su condensación y desplazamiento,

el contenido manifiesto del sueño. Las representaciones verbales existentes entre los restos

diurnos no son tratadas como representaciones verbales y sometidas a los efectos de la

condensación y el desplazamiento, más que cuando constituyen residuos actuales y

recientes de percepciones y no una exteriorización de pensamientos. De aquí, la afirmación

desarrollada en nuestra «Interpretación de los sueños» y demostrada luego hasta la

evidencia, de que las palabras y frases integradas en el contenido del sueño no son de nueva

formación sino que constituyen una imitación de las palabras pronunciadas el día

inmediatamente anterior, o, correspondientes a impresiones recibidas, durante el mismo, en

la lectura, conversación, etcétera. Es harto singular la poca firmeza con que la elaboración

onírica retiene las representaciones verbales, hallándose siempre dispuesta a cambiar unas

palabras por otras, hasta encontrar aquella expresión que ofrece mayores facilidades para la

representación plástica.

Se nos revela aquí, la diferencia decisiva entre la elaboración onírica y la

esquizofrenia. En ésta, son elaboradas, por el proceso primario, las palabras mismas en las

que aparece expresada la idea preconsciente, mientras que la elaboración onírica no recae

sobre las palabras sino sobre las representaciones objetivas a que las mismas son

previamente reducidas. El sueño conoce una regresión tópica. En cambio, la esquizofrenia,

no. En el sueño, no se opone obstáculo ninguno a la relación entre las cargas (Prec.) de las

palabras y las cargas (Inc.) de los objetos, relación absolutamente coartada en la

esquizofrenia. La interpretación onírica disminuye, sin embargo, el alcance de esta

diferencia. Al revelarnos, en su labor interpretadora, el curso de la elaboración de los

sueños, explorando los caminos que conducen desde las ideas latentes a los elementos del

sueño, descubriendo el aprovechamiento de los equívocos verbales e indicando los puentes

de palabras, tendidos entre diversos sectores del material, hace la interpretación onírica una

impresión tan pronto chistosa como esquizofrénica, y nos impulsa a olvidar que todas las

operaciones verbales no son, para el sueño, sino una preparación de la regresión a los

objetos.

El final del proceso onírico consiste en que el contenido ideológico, regresivamente

transformado y convertido en una fantasía optativa, se hace consciente bajo la forma de una

percepción sensorial, transformación durante la cual recibe la elaboración secundaria a la

que es sometida toda percepción. Decimos entonces, que el deseo onírico es alucinado, y su

cumplimiento encuentra, como tal alucinación, completo crédito. Esta parte final de la

formación de los sueños presenta ciertos puntos oscuros, para cuyo esclarecimiento vamos

a comparar el sueño con los estados patológicos afines.

La formación de la fantasía optativa y su regresión a la alucinación constituyen los

elementos más importantes de la elaboración onírica, pero no le son exclusivamente

peculiares. Por el contrario, los hallamos igualmente en dos estados patológicos: en la

demencia aguda alucinatoria (la «amencia» de Meynert) y en la fase alucinaría de la

esquizofrenia. El delirio alucinatorio de la amencia es una fantasía optativa claramente

visible, y a veces, tan completamente ordenada como un bello sueño diurno. Pudiera

hablarse en general de una psicosis optativa alucinatoria y reconocerla tanto en el sueño

como en la amencia. Existen también sueños, que no consisten sino en fantasías optativas

de amplio contenido y nada deformadas. La fase alucinatoria de la esquizofrenia no ha sido

tan detenidamente estudiada. Parece ser, generalmente, de naturaleza compuesta, pero

podría corresponder a una nueva tentativa de restitución, que tendería a devolver a las

representaciones objetivas la carga libidinosa. Los demás estados alucinatorios que

observamos en diversas afecciones patológicas, no pueden ser integrados en este paralelo,

por carecer nosotros de experiencia propia sobre ellos y sernos imposible utilizar la de

otros.

La psicosis optativa alucinatoria —en el sueño o en otro estado cualquiera— realiza

dos funciones nada coincidentes. No sólo lleva a la consciencia deseos ocultos o

reprimidos, sino que los representa como satisfechos y encuentra completo crédito. No

puede afirmarse que los deseos inconscientes hayan de ser tenidos por realidades una vez

que han logrado hacerse conscientes, pues nuestro juicio es muy capaz de distinguir las

realidades, incluso de deseos y representaciones tan intensos como éstos. En cambio parece

justificado admitir que la creencia en la realidad se halla ligada a la percepción sensorial.

Cuando una idea ha encontrado el camino regresivo que conduce hasta las huellas

mnémicas inconscientes de los objetos y desde ellas, hasta la percepción, reconocemos su

percepción como real. Así, pues, la alucinación tendría como premisa obligada, la

regresión. El mecanismo de esta última se nos revela fácilmente en el fenómeno onírico. La

regresión de las ideas preconscientes del sueño hasta las imágenes mnémicas de las cosas,

se nos revela, en efecto, como una consecuencia de la atracción que estas representaciones

instintivas inconscientes -por ejemplo, los recuerdos reprimidos de sucesos vividos- ejercen

sobre las ideas concretadas en palabras. Pero observamos en seguida, que seguimos aquí

una falsa pista. Si el misterio de la alucinación no fuera otro que el de la regresión, toda

regresión suficientemente intensa, habría de producir una alucinación con creencia en su

realidad, y conocemos casos en los que una reflexión regresiva lleva a la consciencia

imágenes mnémicas visuales muy precisas, que, sin embargo, no consideramos ni un solo

instante como percepciones reales. Podríamos también representarnos, que la elaboración

onírica avanza hasta tales imágenes mnémicas, haciendo conscientes las que eran

inconscientes y presentándonos una fantasía optativa, que sentimos placenteramente, pero

en la que no reconocemos la satisfacción real del deseo. La alucinación tiene, pues, que ser

algo más que la animación regresiva de las imágenes mnémicas Inc. en sí.

Es de una gran importancia práctica distinguir las percepciones, de las

representaciones intensamente recordadas. Toda nuestra relación con el mundo exterior, o

sea con la realidad, depende de esta capacidad. Hemos admitido la ficción de que no

siempre la poseíamos, y de que, al principio de nuestra vida anímica, provocábamos la

alucinación del objeto satisfactorio cuando sentíamos su necesidad. Pero la imposibilidad

de conseguir por este medio la satisfacción, hubo de movernos muy pronto a crear un

dispositivo, con cuyo auxilio conseguimos diferenciar una tal percepción optativa de una

satisfacción real. O dicho de otro modo: abandonamos la satisfacción alucinatoria de deseos

y establecimos una especie de examen de la realidad.

Nos preguntaremos ahora en qué consiste este examen de la realidad y cómo la

psicosis optativa alucinatoria del sueño y de la «amencia» consiguen suprimirlo y

reconstituir la antigua forma de la satisfacción.

La respuesta a esta interrogación se nos revela en cuanto emprendemos la labor de

determinar más minuciosamente el tercero de nuestros sistemas psíquicos, el sistema Cc.,

que hasta ahora no hemos diferenciado con gran precisión del sistema Prec. Ya en la

interpretación de los sueños, hemos tenido que considerar la percepción consciente como la

función de un sistema especial, al que atribuimos determinadas cualidades y al que

añadiremos ahora, justificadamente, otros distintos caracteres. Este sistema, al que dimos el

nombre de sistema P., lo haremos coincidir ahora con el sistema Cc., de cuya labor depende

la percatación. Pero ni aun así coincide por completo el hecho de la consciencia con la

pertenencia a un sistema, pues ya hemos visto, que nos es imposible reconocer un lugar

psíquico en el sistema Cc. o en el P.

Aplazando la resolución de esta dificultad hasta entrar de lleno en la investigación

del sistema Cc., nos limitaremos a anticipar la hipótesis de que la alucinación consiste en

una carga del sistema Cc. (P.), carga que no es efectuada, como normalmente, desde el

exterior, sino desde el interior, y que tiene por condición el avance de la regresión hasta

este sistema, pasando así por alto el examen de la realidad.

En páginas anteriores y al tratar de los instintos y sus destinos, admitimos que el

organismo, inerme en sus comienzos, pudo crearse, por medio de sus percepciones, una

primera orientación en el mundo, distinguiendo un «exterior» y un «interior», por la diversa

relación de estos elementos con su acción muscular. Aquellas percepciones que le era

posible suprimir por medio de un acto muscular, eran reconocidas como exteriores y reales.

En cambio, cuando tales actos se demostraban ineficaces, es que se trataba de una

percepción interior, a la que se negaba la realidad. La posesión de este medio de

caracterizar la realidad es valiosísima para el individuo, que encuentra en él un arma de

defensa contra ella y quisiera disponer de un poder análogo contra las exigencias

perentorias de sus instintos. Por esta razón, se esfuerza tanto en proyectar al exterior

aquello que en su interior le es motivo de displacer.

Esta función de la orientación en el mundo por medio de la distinción de un

«exterior» y un «interior», hemos de adscribirla, exclusivamente, al sistema Cc. (P.). Este

sistema tiene que disponer de una inervación motora, por medio de la cual comprueba si la

percepción puede o no ser suprimida. El examen de la realidad no necesita ser cosa distinta

de este dispositivo. Por ahora, nada más podemos decir, pues la naturaleza y la función del

sistema Cc. nos son insuficientemente conocidas. El examen de la realidad forma parte,

como las censuras que ya conocemos, de las grandes instituciones del Yo. Dejándolo así

establecido, esperaremos que el análisis de las afecciones narcisistas nos ayude a descubrir

otras de estas instituciones.

En cambio, la patología nos revela ya de qué modo puede ser interrumpido o

anulado el examen de la realidad, circunstancia que se nos muestra en la amencia o psicosis

optativa, más claramente que en el sueño. La amencia es la reacción a una pérdida afirmada

por la realidad, pero que ha de serle negada al Yo, que no podría soportarla. En este caso, el

Yo interrumpe su relación con la realidad y sustrae, al sistema de las percepciones Cc., su

carga, o mejor dicho, una carga cuya especial naturaleza habrá de ser aún objeto de

investigación. Con este apartamiento de la realidad, queda interrumpido su examen y las

fantasías optativas no reprimidas y completamente conscientes pueden penetrar en el

sistema y son reconocidas como una realidad más satisfactoria.

La amencia nos ofrece el interesante espectáculo de una disociación entre el Yo y

uno de sus órganos, precisamente aquel que con más fidelidad le servía y se hallaba más

íntimamente ligado a él.

Aquello que en la amencia lleva a cabo la represión, es realizado en el sueño, por la

renuncia voluntaria. El estado de reposo no quiere saber nada del mundo exterior y retrae

las cargas de los sistemas Cc., Prec., e Inc. en tanto en cuanto los elementos en ellos

integrados obedecen al deseo de dormir. Con la falta de carga del sistema Cc., cesa la

posibilidad de un examen de la realidad, y las excitaciones independientes del estado de

reposo, que toman el camino de la regresión, lo encontrarán libre hasta el sistema Cc., en el

cual pasarán por realidades indiscutibles.

La psicosis alucinatoria de la demencia precoz, no puede, pues, pertenecer a los

síntomas iniciales de la misma, y sólo surgirá cuando el Yo del enfermo llega a una tal

descomposición, que el examen de la realidad no evita ya el proceso alucinatorio.

Por lo que respecta a la psicología de los procesos oníricos, concluímos que todos

los caracteres esenciales del sueño son determinados por la condición del estado de reposo.

Aristóteles tuvo razón al decir que el fenómeno onírico constituía la actividad anímica del

durmiente. Ampliando esta afirmación, diremos nosotros que el fenómeno onírico es un

residuo de la actividad anímica del durmiente, permitido por el hecho de no haberse

logrado totalmente el establecimiento del estado narcisista de reposo. Esto no parece muy

distinto de lo que los psicólogos y filósofos vienen, desde siempre, afirmando, pero se

funda en opiniones muy diferentes sobre la estructura y la función del aparato anímico,

opiniones que presentan, sobre las anteriores, la ventaja de conducirnos a la inteligencia del

fenómeno onírico en todas sus particularidades.

Consideraremos, por último, la significación que una tópica del proceso de la

represión puede tener para nuestro conocimiento del mecanismo de las perturbaciones

anímicas. En el sueño, la sustracción de la carga psíquica (libido, interés) alcanza por igual

a todos los sistemas; en las neurosis de transferencia, es retraída la carga Prec.; en la

esquizofrenia, la del sistema Inc.; y en la amencia, la del sistema Cc.

LA INTERPRETACION DE LOS SUEÑOS

CAPÍT ULO II

EL MÉTODO DE LA INTE RPRETACIÓN ONÍRICA

(CASO: LA INYECCION DE IRMA)

EJEMPLO DEL ANÁL ISIS DE UN SUEÑO

EL título dado a la presente obra revela ya a qué concepción de la vida onírica intenta incorporarse.

Me he propuesto demostrar que los sueños son susceptibles de interpretación, y mi estudio tenderá,

con exclusión de todo otro propósito, hacia este fin, aunque claro está que en el curso de mi labor podrán

surgir accesoriamente interesantes aportaciones al esclarecimiento de los problemas oníricos señalados

en el capítulo anterior. La hipótesis de que los sueños son interpretables me sitúa ya enfrente de la teoría

onírica dominante e incluso de todas las desarrolladas hasta el día, excepción hecha de la de Scherner,

pues «interpretar un sueño» quiere decir indicar su «sentido», o sea, sustituirlo por algo que pueda incluirse

en la concatenación de nuestros actos psíquicos como un factor de importancia y valor equivalentes

a los demás que la integran. Pero, como ya hemos visto, las teorías científicas no dejan lugar alguno

al planteamiento de este problema de la interpretación de los sueños, no viendo en ellos un acto anímico,

sino un proceso puramente somático, cuyo desarrollo se exterioriza en el aparato psíquico por medio de

determinados signos. En cambio, la opinión profana se ha manifestado siempre en un sentido opuesto.

Haciendo uso de su perfecto derecho a la inconsecuencia, no puede resolverse a negar a los sueños

toda significación, aunque reconoce que son incomprensibles y absurdos, y, guiada por un oscuro presentimiento,

se inclina a aceptar que poseen un sentido, si bien oculto, a título de sustitutivos de un diferente

proceso mental. De este modo todo quedaría reducido a desentrañar acertadamente la sustitución y

penetra r así hasta el significado oculto.

En consecuencia, la opinión profana se ha preocupado siempre de «interpretar» los sueños, intentándolo

por dos procedimientos esencialmente distintos. El primero toma el contenido de cada sueño en

su totalidad y procura sustituirlo por otro contenido, comprensible y análogo en ciertos aspectos. Es ésta

la interpretación simbólica de los sueños, que, naturalmente, fracasa en todos aquellos que a más de

incomprensibles se muestran embrollados y confusos. La historia bíblica nos da un ejemplo de este procedimiento

en la interpretación dada por José al sueño del Faraón. Las siete vacas gordas, sucedidas por

otras siete flacas, que devoraban a las primeras, constituye una sustitución simbólica de la predicción de

siete años de hambre, que habrían de consumir la abundancia que otros siete de prósperas cosechas

produjeran en Egipto. La mayoría de los sueños artificiales creados por los poetas se hallan destinados a

una tal interpretación, pues reproducen el pensamiento concebido por el autor bajo un disfraz, correspondiente

a los caracteres que de los sueños nos son conocidos por experiencia personal. Un resto de la

antigua creencia en la significación profética de los sueños perdura aún en la opinión popular de que se

refieren principalmente al porvenir, anticipando su contenido, y de este modo el sentido descubierto por

medio de la interpretación simbólica es generalmente transferido a un futuro más o menos lejano.

Naturalmente, no es posible indicar norma alguna para llevar a cabo una tal interpretación simbólica.

Esta depende tan solo del ingenio y de la inmediata intuición del interpretador; razón por la cual pudo

elevarse la interpretación por medio de símbolos a la categoría de arte, para el que se precisaba una

especial aptitud. En cambio, el segundo de los métodos populares, a que antes aludimos, se mantiene

muy lejos de semejantes aspiraciones. Pudiéramos calificarlo de método descifrador, pues considera el

sueño como una especie de escritura secreta, en la que cada signo puede ser sustituido, mediante una

clave prefijada, por otro de significación conocida. Si, por ejemplo, hemos soñado con una «carta» y luego

con un «entierro», y consultamos una de las popularísimas «claves de los sueños», hallaremos que

debemos sustituir «carta» por «disgusto» y «entierro» por «esponsales». A nuestro arbitrio queda después

construir con las réplicas halladas un todo coherente, que habremos también de transferir al futuro.

En el libro de Artemidoro de Dalcis, sobre la interpretación de los sueños, hallamos una curiosa variante

de este «método descifrador» que corrige en cierto modo su carácter de mera traducción mecánica. Consiste

tal variante en atender no sólo el contenido del sueño, sino a la personalidad y circunstancias del

sujeto; de manera que el mismo elemento onírico tendrá para el rico, el casado o el orador diferente significación

que para el pobre, el soltero, o por ejemplo, el comerciante. Lo esencial de este procedimiento es

que la labor de interpretación no recae sobre la totalidad del sueño, sino separadamente sobre cada uno

de los componentes de su contenido, como si el sueño fuese un conglomerado, en el que cada fragmento

exigiera una especial determinación. Los sueños incoherentes y confusos son con seguridad los que han

incitad o a la creación del método descifrador.

De la imposibilidad de utilizar cualquiera de los dos métodos populares reseñados en un estudio

científico de la interpretación de los sueños, no cabe dudar un solo instante. El método simbólico es de

aplicación limitada y nada susceptible de una exposición general. En el «descifrador» dependería todo de

que pudiésemos dar crédito a la «clave» o «libro de los sueños», cosa para la que carecemos de toda

garantía. Así, pues, parece que deberemos inclinarnos a dar la razón a los filósofos y psiquiatras y a

Librodot La interpretación de los sueños Sigmund Freud

prescindir con ellos del problema de la interpretación onírica, considerándolo como puramente imaginario

y fictici o.

Mas por mi parte he llegado a un mejor conocimiento. Me he visto obligado a reconocer que se trata

nuevamente de uno de aquellos casos nada raros en los que una antiquísima creencia popular, hondamente

arraigada, parece hallarse más próxima a la verdad objetiva que los juicios de la ciencia moderna.

Debo, pues, afirmar que los sueños poseen realmente un significado, y que existe un procedimiento

científico de interpretación onírica, a cuyo descubrimiento me ha conducido el proceso que sigue:

Desde hace muchos años me vengo ocupando, guiado por intenciones terapéuticas, de la solución

de ciertos productos psicopatológicos, tales como las fobias histéricas, las representaciones obsesivas,

etc. A esta labor hubo de incitarme la importante comunicación de J. Breuer de que la solución de estos

productos, sentidos como síntomas patológicos, equivale a su supresión. En el momento en que conseguimos

referir una de las tales representaciones patológicas a los elementos que provocaron su emergencia

en la vida anímica del enfermo logramos hacerla desaparecer, quedando el sujeto libre de ella.

Dada la impotencia de nuestros restantes esfuerzos terapéuticos, y ante el enigma de estos estados, me

pareció atractivo continuar el camino iniciado por Breuer hasta llegar a un completo esclarecimiento, no

obstante, las grandes dificultades que a ello se oponían. En otro lugar expondré detalladamente cómo la

técnica del procedimiento fue perfeccionándose hasta su forma actual, y cuáles han sido los resultados

de mi labor. La interpretación de los sueños surgió en el curso de estos trabajos psicoanalíticos. Mis pacientes,

a los que comprometía a referirme todo lo que con respecto a un tema dado se les ocurriera, me

relataban también sus sueños, y hube de comprobar que un sueño puede hallarse incluido en la concatenación

psíquica, que puede perseguirse retrocediendo en la memoria del sujeto a partir de la idea patológica.

De aquí a considerar los sueños como síntomas patológicos y aplicarles el método de interpretación

para el los establecido no había más que un paso.

La realización de esta labor exige cierta preparación psíquica del enfermo. Dos cosas perseguimos

en él: una intensificación de su atención sobre sus percepciones psíquicas y una exclusión de la crítica,

con la que acostumbra seleccionar las ideas que en él emergen. Para facilitarle concentrar toda su atención

en la labor de autoobservación es conveniente hacerle cerrar los ojos y adoptar una postura descansada.

El renunciamiento a la crítica de los productos mentales percibidos habremos de imponérselo expresamente.

Le diremos, por tanto, que el éxito del psicoanálisis depende de que respete y comunique

todo lo que atraviese su pensamiento y no se deje llevar a retener unas ocurrencias por creerlas insignificantes

o faltas de conexión con el tema dado, y otras, por parecerle absurdas o desatinadas. Habrá de

mantenerse en una perfecta imparcialidad con respecto a sus ocurrencias, pues la crítica que sobre las

mismas se halla habituado a ejercer es precisamente lo que le ha impedido hasta el momento hallar la

buscad a solución del sueño, de la idea obsesiva, etc.

En mis trabajos psicoanalíticos he observado que la disposición de ánimo del hombre que reflexiona

es totalmente distinta de la del que observa sus procesos psíquicos. En la reflexión entra más intensamente

en juego una acción psíquica que en la más atenta autoobservación; diferencia que se revela en

la tensión expresa la fisonomía del hombre que reflexiona, contrastando con la serenidad mímica del

autoobservador. En muchos casos tiene que existir una concentración de la atención; pero el sujeto sumido

en la reflexión ejercita, además, una crítica, a consecuencia de la cual rechaza una parte de las

ocurrencias emergentes después de percibirlas, interrumpe otras en el acto, negándose a seguir los caminos

que abren a su pensamiento, y reprime otras antes que hayan llegado a la percepción, no dejándolas

devenir conscientes. En cambio, el autoobservador no tiene que realizar más esfuerzo que el de reprimir

la crítica, y si lo consigue acudirá a su consciencia una infinidad de ocurrencias, que de otro modo

hubieran permanecido inaprehensibles. Con ayuda de estos nuevos materiales, conseguidos por su autopercepción,

se nos hace posible llevar a cabo la interpretación de las ideas patológicas y de los productos

oníricos. Como vemos, se trata de provocar un estado que tiene de común con el de adormecimiento

anterior al reposo -y seguramente también con el hipnótico- una cierta analogía en la distribución de la

energía psíquica (de la atención móvil). En el estado de adormecimiento surgen las «representaciones

involuntarias» por el relajamiento de una cierta acción voluntaria -y seguramente también crítica- que

dejamos actuar sobre el curso de nuestras representaciones; relajamiento que solemos atribuir a la «fatiga

». Estas representaciones involuntarias emergentes se transforman en imágenes visuales y acústicas.

(Cf. las observaciones de Schleiermacher y otros autores, incluidas en el capítulo anterior.). En el estado

que provocamos para llevar a cabo el análisis de los sueños y de las ideas patológicas renuncia el sujeto,

intencionada y voluntariamente, a aquella actividad crítica y emplea la energía psíquica ahorrada o parte

de ella en la atenta persecución de los pensamientos emergentes, los cuales conservan ahora su carácter

de representaciones. De este modo se convierte a las representaciones «involuntarias» en «voluntarias

».

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Para muchas personas no parece ser fácil adoptar esta disposición a las ocurrencias, «libremente

emergentes» en apariencia, y renunciar a la crítica que sobre ellas ejercen en todo otro caso. Los «pensamientos

involuntarios» acostumbran desencadenar una violentísima resistencia, que trata de impedirles

emerger. Si hemos de dar crédito a F. Schiller, nuestro gran filósofo poeta, es también una tal disposición

condición de la producción poética. En una de sus cartas a Körner, cuidadosamente estudiadas por Otto

Rank, escribe Schiller, contestando a las quejas de su amigo sobre su falta de productividad: «El motivo

de tus quejas reside, a mi juicio, en la coerción que tu razón ejerce sobre tus facultades imaginativas.

Expresaré mi pensamiento por medio de una comparación plástica. No parece ser provechoso para la

obra creadora del alma el que la razón examine demasiado penetrantemente, y en el mismo momento en

que llegan ante la puerta las ideas que van acudiendo. Aisladamente considerada, puede una idea ser

harto insignificante o aventurada, pero es posible que otra posterior le haga adquirir importancia, o que

uniéndose a otras, tan insulsas como ella, forme un conjunto nada despreciable. = La razón no podrá

juzgar nada de esto si no retiene las ideas hasta poder contemplarlas unidas a las posteriormente surgidas.

En los cerebros creadores sospecho que la razón ha retirado su vigilancia de las puertas de entrada;

deja que las ideas se precipiten pêle-mêle al interior, y entonces es cuando advierte y examina el considerable

montón que han formado. = Vosotros, los señores críticos, o como queráis llamaros, os avergonzáis

o asustáis del desvarío propio de todo creador original, cuya mayor o menor duración distingue al

artista pensador del soñador. De aquí la esterilidad de que os quejáis. Rechazáis demasiado pronto las

ideas y las seleccionáis con excesiva severidad.» (Carta del 1 de diciembre de 1788.)

Sin embargo, una adopción del estado de autoobservación exenta de crítica o, como describe

Schiller la «supresión de la vigilancia a las puertas de la consciencia», no es nada difícil. La mayoría de

los pacientes la consiguen a la primera indicación, y yo mismo la logro perfectamente cuando en el análisis

de fenómenos propios voy redactando por escrito mis ocurrencias. El montante de energía, en el que

de este modo se disminuye la actividad psíquica, y con el que se puede elevar la intensidad de la autoobservac

ión, oscila considerablemente según el tema sobre el que la atención debe recaer.

Los primeros ensayos de aplicación de este procedimiento nos enseñan que el objeto sobre el que

hemos de concentrar nuestra atención no es el sueño en su totalidad, sino separadamente cada uno de

los elementos de su contenido. Si a un paciente aún inexperimentado le preguntamos qué es le ocurre

con respecto a un sueño, no sabrá aprehender nada en su campo de visión espiritual. Tendremos, pues,

que presentarle el sueño fragmentariamente, y entonces producirá, con relación a cada elemento, una

serie de ocurrencias que podremos calificar de «segundas intenciones» de aquella parte del sueño. En

esta primera condición, importantísima, se aparta ya, como vemos, nuestro procedimiento de interpretación

onírica del método popular histórica y fabulosamente famoso, de la interpretación por medio del simbolismo,

y se acerca, en cambio, al otro de los métodos populares, o sea, al de la «clave». Como este

último constituye una interpretación en détail y no en masse, y ve en los sueños, desde un principio, algo

comple jo, un conglomerado de productos psíquicos.

En el curso de mis psicoanálisis de individuos neuróticos he llegado a interpretar muchos millares

de sueños: pero es éste un material que no quisiera utilizar aquí para la introducción a la técnica y a la

teoría de la interpretación onírica. Aparte de la probable objeción de que se trataba de sueños de neurópatas,

que no autorizaban deducción alguna sobre los del hombre normal, existe otra razón que me

aconseja prescindir de dicho material. El tema sobre el que tales sueños recae es siempre, naturalmente,

la enfermedad del sujeto, y de este modo habríamos de anteponer a cada análisis una extensa información

preliminar y un esclarecimiento de la esencia y condiciones etiológicas de las psiconeurosis, cuestiones

tan nuevas y singulares que desviarían nuestra atención de los problemas oníricos. Mi propósito

es, por el contrario, crear, con la solución de los sueños, una labor preliminar para la de los más intrincados

problemas de la psicología de la neurosis. Mas si renuncio a los sueños de los neuróticos, que constituyen

la parte principal del material por mí reunido, no podré ya aplicar a la parte restante un severo

criterio de selección. Sólo me quedan aquellos sueños que me han sido ocasionalmente relatados por

personas de mi amistad, y los que a título de paradigmas aparecen incluidos en la literatura de la vida

onírica. Pero ninguno de tales sueños ha sido sometido al análisis, sin lo cual no me es posible hallar su

sentido .

Mi procedimiento no es tan cómodo como el del popular método «descifrador», que traduce todo

contenido onírico dado conforme a una clave fija. Por lo contrario, sé que un mismo sueño puede presentar

diferentes sentidos, según quien lo sueñe o el estado individual al que se relacione. De este modo se

me imponen mis propios sueños como el material de que mejor puedo hacer uso en esta exposición,

pues reúne las condiciones de ser suficientemente amplio, proceder de una persona aproximadamente

normal y referirse a las más diversas circunstancias de la vida diurna. Seguramente se me objetará que

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tales «autoanálisis» carecen de una firme garantía y que en ellos queda abierto el campo a la arbitrariedad.

A mi juicio, carece esta objeción de fundamento pues se desarrolla la autoobservación en circunstancias

más favorables que las que presiden a la observación de una persona ajena; pero aunque así no

fuese, siempre sería lícito tratar de averiguar hasta qué punto podemos avanzar en la interpretación de

los sueños por medio del autoanálisis. Muy otras son las dificultades que se oponen a tal empresa.

Habréis, en efecto, de dominar enérgicas resistencias interiores: la comprensible aversión a comunicar

intimidades de mi vida anímica y el temor a que los extraños las interpreten equivocadamente. Pero es

preciso sobreponerse a todo esto. Tout psychologiste -escribe Delboeuf- est obligé de faire l'aveu même

de ses faiblesses s'il croit para là jeter le jour sur quelque problème obscur. Asimismo debo esperar que

el lector habrá de sustituir la curiosidad inicial que le inspiren las indiscreciones que me veo obligado a

cometer por un interés exclusivamente orientado hacia la comprensión de los problemas psicológicos,

que de este modo quedarán esclarecidos.

Escogeré, pues, uno de mis sueños y explicaré en él, prácticamente, mi procedimiento de interpretación.

Cada uno de estos sueños precisa de una información preliminar. Habré de rogar al lector haga

suyos, durante algún tiempo, mis intereses y penetre atentamente conmigo en los más pequeños detalles

de mi vida, pues el descubrimiento del oculto sentido de los sueños exige imperiosamente una tal transferencia.

INFORMACIÓN PRELIMINAR. -A principios del verano de 1895 sometí al tratamiento psicoanalítico

a una señora joven, a la que tanto yo como todos los míos profesábamos una cariñosa amistad. La

mezcla de esta relación amistosa con la profesional constituye siempre para el médico -y mucho más

para el psicoterapeuta- un inagotable venero de inquietudes. Su interés personal aumenta y, en cambio,

disminuye su autoridad. Un fracaso puede enfriar la antigua amistad que le une a los familiares del enfermo.

En este caso terminó la cura con un éxito parcial: la paciente quedó libre de su angustia histérica,

pero no de todos sus síntomas somáticos. No me hallaba yo por aquel entonces completamente seguro

del criterio que debía seguirse para dar un fin definitivo al tratamiento de una histeria, y propuse a la paciente

una solución que le pareció inaceptable. Llegaba la época del veraneo, hubimos de interrumpir el

tratamiento en tal desacuerdo. Así las cosas, recibí la visita de un joven colega y buen amigo mío que

había visto a Irma -mi paciente- y a su familia en su residencia veraniega. Al preguntarle yo cómo había

encontrado a la enferma, me respondió: «Está mejor, pero no del todo.» Sé que estas palabras de mi

amigo Otto, o quizá el tono en que fueron pronunciadas, me irritaron. Creí ver en ellas el reproche de

haber prometido demasiado a la paciente, y atribuí -con razón o sin ella- la supuesta actitud de Otto en

contra mía a la influencia de los familiares de la enferma, de los que sospechaba no ver con buenos ojos

el tratamiento. De todos modos, la penosa sensación que las palabras de Otto despertaron en mí no se

me hizo muy clara ni precisa, y me abstuve de exteriorizarla. Aquella misma tarde redacté por escrito el

historial clínico de Irma con el propósito de enviarlo -como para justificarme- al doctor M., entonces la

personalidad que solía dar el tono en nuestro círculo. En la noche inmediata, más bien a la mañana, tuve

el siguiente sueño, que senté por escrito al despertar y que es el primero que sometí a una minuciosa

interpre tación.

SUEÑO DEL 23-24 DE JULIO DE 1895. -En un amplio hall. Muchos invitados, a los que recibimos.

Entre ellos, Irma, a la que me acerco en seguida para contestar, sin pérdida de momento, a su carta y

reprocharle no haber aceptado aún la «solución». Le digo: «Si todavía tienes dolores es exclusivamente

por tu culpa.» Ella me responde: «¡Si supieras qué dolores siento ahora en la garganta, el vientre y el

estómago!… ¡Siento una opresión!…» Asustado, la contemplo atentamente. Está pálida y abotagada.

Pienso que quizá me haya pasado inadvertido algo orgánico. La conduzco junto a una ventana y me dispongo

a reconocerle la garganta. Al principio se resiste un poco, como acostumbran hacerlo en estos

casos las mujeres que llevan dentadura postiza. Pienso que no la necesita. Por fin, abre bien la boca, y

veo a la derecha una gran mancha blanca, y en otras partes, singulares escaras grisáceas, cuya forma

recuerda al de los cornetes de la nariz. Apresuradamente llamo al doctor M., que repite y confirma el reconocimiento…

El doctor M. presenta un aspecto muy diferente al acostumbrado: está pálido, cojea y se

ha afeitado la barba… Mi amigo Otto se halla ahora a su lado, y mi amigo Leopoldo percute a Irma por

encima de la blusa y dice: «Tiene una zona de macidez abajo, a la izquierda, y una parte de la piel infiltrada,

en el hombro izquierdo» (cosa que yo siento como él a pesar del vestido). M. dice: «No cabe duda,

es una infección. Pero no hay cuidado; sobrevendrá una disentería y se eliminará el veneno…» Sabemos

también inmediatamente de qué procede la infección. Nuestro amigo Otto ha puesto recientemente a

Irma, una vez que se sintió mal, una inyección con un preparado a base de propil, propilena…, ácido

propiónico…, trimetilamina (cuya fórmula veo impresa en gruesos caracteres). No se ponen inyecciones

de este género tan ligeramente… Probablemente estaría además sucia la jeringuilla.

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Este sueño presenta, con respecto a otros muchos una ventaja; revela en seguida claramente a

qué sucesos del último día se halla enlazado y cuál es el tema de que se trata.

Las noticias que Otto me dio sobre el estado de Irma y el historial clínico, en cuya redacción trabajé

hasta muy entrada la noche, han seguido ocupando mi actividad anímica durante el reposo. Sin embargo,

por la información preliminar que antecede y por el contenido del sueño, nadie podría sospechar lo que el

mismo significa. Yo mismo no lo sé todavía. Me asombran los síntomas patológicos de que Irma se queja

en el sueño, pues no son los mismos por los que hube de someterla a tratamiento. La desatinada idea de

administrar a un enfermo una inyección de ácido propiónico, y las palabras consoladoras del doctor M.

me mueven a risa. El sueño se muestra hacia su fin más oscuro y comprimido que en su principio. Para

averigu ar su significado habré de someterlo a un penetrante y minucioso análisis.

ANÁLISIS: Un amplio «hall»; muchos invitados, a los que recibimos. Durante este verano vivíamos

en una villa, denominada «Bellevue», y situada sobre una de las colinas próximas a Kahlenberg. Esta

villa había sido destinada anteriormente a casino, y tenía, por tanto, habitaciones de amplitud superior a

la corriente. Mi sueño se desarrolló hallándome en «Bellevue», y pocos días antes del cumpleaños de mi

mujer. En la tarde que le precedió había expresado mi mujer la esperanza de que para su cumpleaños

vinieran a comer con nosotros algunos amigos, Irma entre ellos. Así, pues, mi sueño anticipa esta situación.

Es el día del cumpleaños de mi mujer, y recibimos en el gran hall de «Bellevue» a nuestros numerosos

inv itados, entre los cuales se halla Irma.

Reprocho a Irma no haber aceptado aún la «solución». Le digo: «Si todavía tienes dolores, es exclusivamente

por tu culpa.» Esto mismo hubiera podido decírselo o se lo he dicho realmente en la vida

despierta. Por aquel entonces tenía yo la opinión (que luego hube de reconocer equivocada) de que mi

labor terapéutica quedaba terminada con la revelación al enfermo del oculto sentido de sus síntomas.

Que el paciente aceptara luego o no esta solución -de lo cual depende el éxito o el fracaso del tratamiento-

era cosa por la que no podía exigírseme responsabilidad alguna. A este error, felizmente rectificado

después, le estoy, sin embargo, agradecido, pues me simplificó la existencia en una época en la que, a

pesar de mi inevitable ignorancia, debía obtener resultados curativos. Pero en la frase que a Irma dirijo en

mi sueño advierto que ante todo no quiero ser responsable de los dolores que aún la aquejan. Si Irma

tiene exclusivamente la culpa de padecerlos todavía, no puede hacérseme responsable de ellos.

¿Habre mos de buscar en esta dirección el propósito del sueño?

Irma se queja de dolores en la garganta, el vientre y el estómago, y de una gran opresión. Los dolores

de estómago pertenecían al complejo de síntomas de mi paciente, pero no fueron nunca muy intensos.

Más bien se quejaba de sensaciones de malestar y repugnancia. La opresión o el dolor de garganta

y los dolores de vientre apenas si desempeñaban papel alguno en su enfermedad. Me asombra, pues, la

elección de síntomas realizada en mi sueño y no me es posible hallar por el momento razón alguna determina

nte.

Está pálida y abotagada. Mi paciente presenta siempre, por el contrario, una rosada coloración.

Sospec ho que se ha superpuesto aquí a ella una tercera persona.

Pienso, con temor, que quizá me haya pasado inadvertida una afección orgánica. Como fácilmente

puede comprenderse, es éste un temor constante del especialista que apenas ve enfermos distintos de

los neuróticos y se halla habituado a atribuir a la histeria un gran número de fenómenos que otros médicos

tratan como de origen orgánico. Por otro lado, se me insinúan -no sé por qué- ciertas dudas sobre la

sinceridad de mi alarma. Si los dolores de Irma son de origen orgánico, no me hallo obligado a curarlos.

Mi tratamiento no suprime sino los dolores histéricos. Parece realmente como si desease hubiera existido

un erro r en el diagnóstico, pues entonces no se me podría reprochar fracaso alguno.

La conduzco junto a una ventana y me dispongo a reconocerle la garganta. Al principio se resiste

un poco, como acostumbran hacerlo en estos casos las mujeres que llevan dentadura postiza. Pienso

que no lo necesita. No he tenido nunca ocasión de reconocer la cavidad bucal de Irma. El suceso del

sueño me recuerda el reciente reconocimiento de una institutriz, que me había hecho al principio una

impresión de juvenil belleza, y que luego, al abrir la boca, intentó ocultar que llevaba dentadura postiza. A

este caso se enlazan otros recuerdos de reconocimientos profesionales y de pequeños secretos, descubiertos

durante ellos para confusión de médico y enfermo. Mi pensamiento de que Irma no necesita dentadura

postiza es, en primer lugar, una galantería para con nuestra amiga, pero sospecho que encierra

aún otro significado distinto. En un atento análisis nos damos siempre cuenta de si hemos agotado o no

los pensamientos ocultos buscados. La actitud de Irma junto a la ventana me recuerda de repente otro

suceso. Irma tiene una íntima amiga, a la que estimo altamente. Una tarde que fui a visitarla, la encontré

al lado de la ventana en la actitud que mi sueño reproduce, y su médico, el mismo doctor M., me comuniLibrodot

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có que al reconocerle la garganta había descubierto una placa de carácter diftérico. La persona del doctor

M. y la placa diftérica retornan en la continuación del sueño. Recuerdo ahora que en los últimos meses

he tenido razones suficientes para sospechar que también esta señora padece de histeria. Irma misma

me lo ha revelado. Pero ¿qué es lo que de sus síntomas conozco? Precisamente que sufre de opresión

histérica de la garganta, como la Irma de mi sueño. Así, pues, he sustituido en éste a mi paciente por su

amiga. Ahora recuerdo que he acariciado varias veces la esperanza de que también esta señora se confiase

a mis cuidados profesionales; pero siempre he acabado por considerarlo improbable, pues es persona

de carácter muy retraído. Se resiste a la intervención médica, como Irma en mi sueño. Otra explicación

sería la de que no lo necesita, pues hasta ahora se ha mostrado suficientemente enérgica para dominar

sin auxilio ajeno sus trastornos. Quedan ya tan sólo algunos rasgos que no me es posible adjudicar

a Irma ni a su amiga: la palidez, el abotagamiento y la dentadura postiza. Esta última despertó en mí el

recuerdo de la institutriz antes citada. A continuación se me muestra otra persona, a la que los rasgos

restantes podrían aludir. No la cuento tampoco entre mis pacientes, ni deseo que jamás lo sea, pues se

avergüenza ante mí, y no la creo una enferma dócil. Generalmente, se halla pálida, y en temporada que

gozó de excelente salud engordó hasta parecer abotagada. Por tanto, he comparado a Irma con otras

dos personas que se resistirán igualmente al tratamiento. ¿Qué sentido puede tener el haberla sustituido

por su amiga en mi sueño? Quizá el de que deseo realmente una tal sustitución, por serme esta señora

más simpática o porque tengo una más alta idea de su inteligencia. Resulta, en efecto, que Irma me parece

ahora ininteligente por no haber aceptado mi solución. La otra, más lista, cedería antes. Por fin abre

bien la boca; la amiga de Irma me relataría s us pensamientos con más sinceridad y menor r

 

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CAPITULO V

LA DEFORMACION ONIRICA

(EL CASO DE LA BELLA CARNICERA)

 

En el tratamiento analítico de un psiconeurótico constituyen siempre sus sueños, como ya hubimos

de indicar, uno de los temas sobre los que han de versar las conferencias entre médico y enfermo. En

ellas comunico al sujeto todos aquellos esclarecimientos psicológicos con ayuda de los cuales he llegado

a la comprensión de los síntomas; pero estas explicaciones son siempre objeto, por parte del enfermo, de

una implacable crítica, tan minuciosa y severa como la que de un colega pudiera yo esperar. Sin excepción

alguna se niegan los pacientes a aceptar el principio de que todos los sueños son realizaciones de

deseos, y suelen apoyar su negativa con el relato de sueños que, a su juicio, contradicen rotundamente

tal teoría. Expondré aquí algunos de ellos:

«Dice usted que todo sueño es un deseo cumplido -me expone una ingeniosa paciente-. Pues

bien: le voy a referir uno que es todo lo contrario. En él se me niega precisamente un deseo. ¿Cómo armoniza

usted esto con su teoría?» El sueño a que la enferma alude es el siguiente:

«Quiero dar una comida, pero no dispongo sino de un poco de salmón ahumado. Pienso en salir

para comprar lo necesario, pero recuerdo que es domingo y que las tiendas están cerradas. Intento luego

telefonear a algunos proveedores, y resulta que el teléfono no funciona. De este modo, tengo que renunciar

al deseo de dar una comida.»

Como es natural, respondo a mi paciente que tan sólo el análisis puede decidir sobre el sentido de

sus sueños, aunque concedo, desde luego, que a primera vista se muestra razonable y coherente, y parece

constituir todo lo contrario de una realización de deseos. «Pero ¿de qué material ha surgido este

sueño? Ya sabe usted que el estímulo de un sueño se halla siempre entre los sucesos del día inmediatament

e anterior.»

Análisis. Su marido, un honrado y laborioso carnicero, le había dicho el día anterior que estaba

demasiado grueso e iba a comenzar una cura de adelgazamiento. Se levantaría temprano, haría gimnasia,

observaría un severo régimen en la comidas y, sobre todo, no aceptaría ya más invitaciones a comer

fuera de su casa. A continuación relata la paciente, entre grandes risas, que un pintor, al que su marido

había conocido en el café, hubo de empeñarse en retratarle, alegando no haber hallado nunca una cabeLibrodot

La interpretación de los sueños Sigmund Freud

za tan expresiva. Pero el buen carnicero había rechazado la proposición, diciendo al pintor, con sus rudas

maneras acostumbradas, que, sin dejar de agradecerle mucho su interés, estaba seguro de que el más

pequeño trozo del trasero de una muchacha bonita habría de serle más agradable de pintar que toda su

cabeza, por muy expresiva que fuese. La sujeto se halla muy enamorada de su marido y gusta de embromarle

de cuando en cuando. Recientemente le ha pedido que no le traiga nunca caviar. ¿Qué significa

esto?

Hace ya mucho tiempo que tiene el deseo de tomar caviar como entremés en la s comidas, pero

no quiere permitirse el gasto que ello supondría. Naturalmente, tendría el caviar deseado en cuanto expresase

su deseo a su marido. Pero, por el contrario, le ha pedido que no se lo traiga nunca para poder

seguir emb romándole con este motivo.

(Esta última razón me parece harto inconsciente. Detrás de tales explicaciones, poco satisfactorias,

suelen esconderse motivos inconfesados. Recuérdese a los hipnotizados de Bernheim, que llevan a cabo

un encargo post-hipnótico y, preguntados luego por los motivos de su acto, no manifiestan ignorar por

qué han hecho aquello, sino que inventan un fundamento cualquiera insuficiente. Algo análogo debe de

suceder aquí con la historia del caviar. Observo además que mi paciente se ve obligada a crearse en la

vida un deseo insatisfecho. Su sueño le muestra también realizada la negación de un deseo. Mas ¿para

qué pu ede precisar de un deseo insatisfecho?)

Las ocurrencias que hasta ahora han surgido en el análisis no bastan para lograr la interpretación

del sueño. Habré, pues, de procurar que la sujeto produzca otras nuevas. Después de una corta pausa,

como corresponde al vencimiento de la resistencia, declara que ayer fue a visitar a una amiga suya de l

que se halla celosa, pues su marido la celebra siempre extraordinariamente.

Por fortuna, está muy seca y delgada y a su marido le gustan las mujeres de formas llenas. ¿De

qué habló su amiga durante la visita? Naturalmente, de su deseo de engordar. Además, le preguntó:

«¿Cuá ndo vuelve usted a convidarnos a comer? En su casa se come siempre maravillosamente.»

Llegado el análisis a este punto, se me muestra ya con toda claridad el sentido del sueño y puedo

explicarlo a mi paciente. «Es como si ante la pregunta de su amiga hubiera usted pensado: "¡Cualquier

día te convido yo, para que engordes hartándote de comer a costa mía y gustes luego más a mi marido!"

De este modo, cuando a la noche siguiente sueña usted que no puede dar una comida, no hace su sueño

sino realizar su deseo de no colaborar al redondeamiento de las formas de su amiga. La idea de que

comer fuera de su casa engorda le ha sido sugerida por el propósito que su marido le comunicó de rehusar

en adelante toda invitación de este género, como parte del régimen al que pensaba someterse para

adelgazar.» Fáltanos ahora tan sólo hallar una coincidencia cualquiera que confirme nuestra solución.

Observando que el análisis no nos ha proporcionado aún dato alguno sobre el «salmón ahumado», mencionado

en el contenido manifiesto, pregunto a mi paciente: «¿Por qué ha escogido usted en su sueño

precisamente este pescado?» «Sin duda -me responde- porque es el plato preferido de mi amiga.» Casualmente

conozco también a esta señora y puedo confirmar que le sucede con este plato lo mismo que

a mi pa ciente con el caviar; esto es, que, gustándole mucho, se priva de él por razones de economía.

Este mismo sueño es susceptible de otra interpretación más sutil, que incluso queda hecha necesaria

para una circunstancia accesoria. Tales dos interpretaciones no se contradicen, sino que se superponen,

constituyendo un ejemplo del doble sentido habitual de los sueños y, en general, de todos los

demás productos psicopatológicos. Ya hemos visto que contemporáneamente a este sueño, que parecía

negarle un deseo, se ocupaba la sujeto en crearse, en la realidad, un deseo no satisfecho (el caviar).

También su amiga había exteriorizado un deseo, el de engordar, y no nos admiraría que nuestra paciente

hubiera soñado que a su amiga le había sido negado un deseo. Pero, en lugar de esto, sueña que no se

le realiza a ella otro suyo. Obtendremos, pues, una nueva interpretación si aceptamos que la sujeto no se

refiere en su sueño a si misma, sino a su amiga, sustituyéndose a ella en el contenido manifiesto o, como

tambié n podríamos decir, identificándose con ella.

A mi juicio es esto, en efecto, lo que ha llevado a cabo, y como signo de tal identificación se ha

creado, en la realidad, un deseo insatisfecho. Pero ¿qué sentido tiene la identificación histérica? Para

esclarecer este punto se nos hace precisa una minuciosa exposición. La identificación es un factor importantísimo

del mecanismo de los síntomas histéricos, y constituye el medio por el que los enfermos logran

expresar en sus síntomas los estados de toda una amplia serie de personas y no únicamente los suyos

propios. De este modo sufren por todo un conjunto de hombres y les es posible representar todos los

papeles de una obra dramática con sólo sus medios personales. Se me objetará que esto no es sino la

conocida imitación histérica, o sea, la facultad que los histéricos poseen de imitar todos los síntomas que

en otros enfermos les impresionan, facultad equivalente a una compasión elevada hasta la reproducción.

Librodot La interpretación de los sueños Sigmund Freud

Pero con esto no se hace sino señalar el camino recorrido por el proceso psíquico en la imitación histérica,

y no debemos olvidar que una cosa es el acto anímico y otra el camino que el mismo sigue. El primero

es algo más complicado de lo que gustamos de representarnos la imitación de los histéricos y equivale

a un proceso deductivo inconsciente, como veremos en el siguiente ejemplo: el médico que tiene en su

clínica una enferma que presenta determinadas contracciones y advierte una mañana que este especial

síntoma histérico ha encontrado numerosas imitadoras entre las demás ocupantes de la sala, no se admirará

en modo alguno y se limitará a decir: «La han visto durante un ataque y ahora la imitan.

Es la infección psíquica.» Está bien; pero tal infección se desarrolla en la forma.siguiente: las enfermas

saben, por lo general, bastante más unas de otras que el médico sobre cada una de ellas, y se

preocupan de sus asuntos respectivos, cambiando impresiones después de la visita. Si una de ellas tiene

un día un ataque, las demás se enteran en seguida de que la causa del mismo ha sido una carta que ha

recibido de su casa, una renovación de sus disgustos amorosos, etc. Estos hechos despiertan su compasión,

y entonces se desarrolla en ellas, aunque sin llegar a su consciencia, el siguiente proceso deductivo:

«Si tales causas provocan ataques como ése, también yo puedo tenerlos, pues tengo idénticos motivos.

» Si esta conclusión fuera capaz de consciencia, conduciría quizá al temor de padecer tales ataques;

mas como tiene efecto en un distinto terreno psíquico, conduce al realización del síntoma temido. Así,

pues, la identificación no es una simple imitación, sino una apropiación basada en la misma causa etiológica,

e xpresa una equivalencia y se refiere a una comunidad que permanece en lo inconsciente.

La identificación es utilizada casi siempre en la histeria para la expresión de una comunidad

sexual. La histérica se identifica ante todo -aunque no exclusivamente- en sus síntomas con aquellas

personas con las que ha mantenido comercio sexual o con aquellas otras que lo mantienen con las mismas

personas que ella. Tanto en la fantasía histérica como en el sueño basta para la identificación que el

sujeto piense en relaciones sexuales, sin necesidad de que las mismas sean reales. Así, pues, mi paciente

no hace más que seguir las reglas de los procesos intelectuales histéricos cuando expresa los celos

que su amiga le inspira (celos que reconoce injustificados), sustituyéndose a ella en el sueño e identificándose

con ella por medio de la creación de un síntoma (el deseo prohibido). Si tenemos en cuenta la

forma expresiva idiomática, podríamos explicar el proceso en la forma que sigue: la sujeto ocupa en su

sueño el lugar de su amiga porque ésta ocupa en el ánimo de su marido el lugar que a ella le corresponde

y po rque quisiera ocupar en la estimación del mismo el lugar que aquélla ocupa.

De un modo más sencillo, aunque siempre conforme al mismo principio de que la no realización de

un deseo significa la realización de otro, quedó rebatida la contradicción opuesta a mi teoría onírica por

otra de mis pacientes, la más ingeniosa de todas ellas cuyos sueños he analizado. Al día siguiente de

haberle comunicado que los sueños eran realizaciones de deseos, me relató haber soñado aquella noche

que salía de viaje con su suegra para el punto en que habían acordado pasar juntas el verano. Sabía yo

que mi paciente se había resistido con toda energía a ir a veranear con su suegra y había logrado por fin

eludir la temida compañía alquilando, hacía pocos días, una casa de campo en un lugar muy lejano a la

residencia de aquélla. Y ahora el sueño deshacía esta solución tan deseada. ¿Cabía una más absoluta

contradicción a mi teoría de la realización de deseos? Mas para hallar la interpretación de este sueño no

había más que deducir su consecuencia. Según él, no tenía yo razón. El deseo de la paciente era precisamente

éste: el de que yo no tuviese razón -el sueño se lo muestra realizado-. Pero este deseo de que

yo no tuviese razón, realizado con relación al tema de la residencia veraniega, se refería en realidad a un

tema distinto y mucho más importante. Por aquellos días había yo deducido del material que los análisis

me proporcionaban el hecho de que en un determinado período de la vida le había sucedido algo muy

importante para la adquisición de su enfermedad, deducción que ella había rechazado por no hallar en

su.memoria nada correspondiente. Al poco tiempo quedó, sin embargo, demostrado que tenía yo razón.

Su deseo de que no la tuviese, transformado en el sueño que la muestra saliendo de veraneo en compañía

de su suegra, correspondía, por tanto, al deseo justificado de que aquellos sucesos a que yo me había

refe rido y que aún no habían obtenido confirmación no hubiesen sucedido jamás.

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